
El Dialecto de la serpiente, antología de Rodrigo Arroyo
Cada vez que un escritor emergente acude a esta revista por un espacio y nos envía una muestra de su obra, nos vemos ante la difícil cuestión de evaluar su material en aras de calidad artística y hasta ahora, pocos o ninguno han decepcionado. Además, nos sentimos honrados de que nuestro espacio sea tomado a consideración por tan prometedores artistas.
Hace unos días, el joven Rodrigo Arroyo nos hizo llegar una selección poética que ha dejado un buen sabor de boca en nuestro paladar literario, en ese sentido, compartimos con ustedes sus textos bajo el nombre de “El dialecto de la serpiente”, ¿Por qué este título? Bueno, podrán notar la sagacidad y perspicacia con la que Arroyo emplea sus versos para cuestionar, desde un punto de vista existencial, la vida misma.
A continuación, presentamos su muestra poética, tan llena de reflexión, para que puedan evaluar, disfrutar y servirse de los versos del joven poeta.
Cremación de la vida
Imperfecta creación de la vida
es mi vida que nace del polvo (estrellada contra todas las maldiciones
que se erigen desde la más alta y desolada montaña)
desde el alba traicionera hasta la resplandeciente noche,
dibujada por la bruma en la ribera de los horizontes,
más allá del canto del vino y sus plegarias que nos aligeran la voz
mi sombra arrojada al peñasco dubita en soledad,
en los campos que se alejan rápidamente del bullicio inmundo
donde los hombres se matan porque sí
tal vez buscando razones para comprender su vida o la vida
del otro
que se llena aceleradamente de imposiciones absurdas.
Imperfecta creación fue mi designio,
mis ojos calcinados vieron la fe perdida de los marinos,
y sintieron cómo crepitaba el delirio de la muchedumbre
que se perdía entre el horror de lo mismo.
Entre la ceguera vi los abismos cortados para siempre,
la soledad del otro me pareció inalcancanzable,
un sonido muerto,
el ojo de la bala anunciando lo terrible
cuyo resplandor casi siempre es la diabólica expresión
que negamos porque nos sabemos perdidos
en esa lágrima que ya no podemos derramar,
esa gota infinita que nos fue arrebatada,
ese mar hecho ceniza.
La cremación de la vida es entonces, la metáfora
del ser que duerme en los telares
de la infamia que nos arroja al último vagón,
donde somos devorados una y otra vez sin saciedad,
colmados de visiones y de extraños susurros, apagados y mancillados
yacemos siendo, tan sólo siendo,
porque todos los hombres estamos malditos.
Habría que buscar otra vida la cual ensuciar
la cual vivir, para ser, vida a la que podamos volver
vida para amar lo que se nos ha negado.
Árbol de vida
Lo que buscas no pertenece a este mundo.
Lo que buscas le pertenece a la noche, al universo, a la estrella más lejana,
al círculo que se insufla desde el centro de un punto muerto,
hasta esos hermosos valles en donde tiene origen la hermosa muerte;
puente de unión entre el olvido y el acecho, entre la risa
y la sangre, entre ese árbol que llevamos
como un revolver en la sangre, como un martillo
que brota desde la verdad, desde la media noche
hasta el signo más profundo de violencia.
Lo que buscas no le pertenece a este mundo ni a su sombra,
tampoco le pertenece a aquello que se mira a sí mismo,
(espejo roto del mundo en la gran noche que ilumina al mundo),
al corazón de las cosas, al árbol de la vida y de la muerte,
ese gran dialecto de la serpiente.
Lo que buscas tiene doble faz, y se ha convertido en un grito,
silencioso grito, arpegio, cisne, cuadratura, puñal, barniz.
Lo que buscas, tal vez nació del horror, auspiciado por las bestias,
por la sangre que corre con la luz de la luna
entregada en los ojos, con ese verano que muere
una y otra vez, una y otra vez,
como una inmensa guerra, perpetuada desde siempre
contra el espíritu.
Una guerra contra la sangre
y la búsqueda de la verdad en este mundo.
Lo que buscas es la gran obra maestra,
el gran espíritu universal de la vida,
ese árbol, serpiente, valle en donde comienza
el Obscuro designio de esta vida.
Designios
Nos volveremos a ver al final del camino, cuando la luz
de la luna guarde los designios que la noche obsequia a los justos.
Nos volveremos a ver al final del día, cuando detrás
de los árboles encantados, cuando detrás del fuego,
se incline el hombre y su amargo canto.
Cuando por alguna razón, el sueño entre en la ventana
como una antigua amante traicionera, como el estallido
de una guerra.
Nos veremos y pronunciaremos el suave verano;
observaremos a la noche y contradeciremos las horas
del tiempo, como dos océanos que cruzan y se tocan
en una hora incierta.
Volveremos a mirar de cerca el horizonte, y quizá
la luna se precipite sobre la tierra baldía, veremos cómo
emerge del mar una hermosa luna, repleta de sangre
y augurios, en mitad de la media noche.
Nos volveremos a ver cuándo el tiempo se agote
y la oscura luz, se transfigure en la sangre del más hermoso
de los corderos.
Así observaremos la luz de la luna.
Así entonces pronunciaremos el verano
e imitaremos los sonidos de la noche depuesta
desde siempre como un hermoso artificio.
Maneras de ser
Hay una manera de ser en el mundo, una en la que el mundo,
expresa sus emociones, la puedes ver cuando el sol, desciende
de la montaña, o cuando de la risa, se extiende un soberbio canto,
una franja es levantada a su totalidad, cuando el ritmo de los tambores
de guerra, como una canción resuena a orillas de la verdad,
¿no lo crees? Tan sólo basta ver cómo la luna resuena en los oídos de los locos,
en los ojos de los Esquizofrénicos,
en el discurso trillado de los políticos, y su blablablá;
hay algo hermoso en la risa de las muchachas, a pesar
de que el mundo muere todos los días, todos los días,
a pesar del terrible grito en el umbral
y de ese ángel de la muerte que baila esa extraña canción.
Hay una hermosa verdad, dicha desde siempre, ¿no lo puedes notar?
Está en la niebla, en los ojos de los cuervos,
es como un eclipse de sangre, de tórrida sangre
a la orilla de todos los precipicios,
a la orilla del hermoso solsticio de invierno.
Así la fortuna, el río inmanente de la vida
nos advierte del camino trazado, nos habla de sus símbolos,
de su magia.
Así es, es así como el mundo expresa su verdad;
lo puedes ver también la sangre derramada,
en el sacrificio del cordero.
En la suave y pletórica noche incendiada, una, mil veces, en los
libros sagrados, (incluidos la Kabbalah), en los libros de magia,
incluso en los bellos manuales de guerra que un día
destruirán este hermoso mundo.
Este mundo que la noche es capaz de reconstruir
que la noche y sus augurios es capaz es de redimir.
Hay una manera de ser en el mundo, que siempre
es inexpresable, bello artificio, palabra inventada.
Una verdad de la que ni siquiera Dios es capaz de ver,
quizá esa verdad esté del otro lado del espejo,
quizá no exista un camino para llegar a ella,
quizá no exista, pero existe, existe, existe una verdad
una forma en la que el mundo, coloca sus designios,
¿no lo puedes ver?
¿no lo puedes entender?
Es un espejo roto que astillado recrea el árbol de la vida,
el asesinato de la realidad, lo inexpresable, la verdad
la verdad de verdades, un sí, un no, la estética
de la vida, a fin de cuentas una forma de ser.
Existe, sí, pero no lo entenderemos nunca.
El mundo será destruido y no lo entenderemos nunca.
Las Bestias
Debería adormecer a las bestias
y cultivar ese extraño jardín por donde los efluvios
son la voz precisa, exacta con la que la noche
cambia de nombre,
con la que el silencio irradiando su plata majestuosa
canta sin ser una canción, con una voz
parecida a la de una amante traicionera
parecida al sonido de la ruptura, donde el horizonte
bulle sin fin, atisbando entonces su propia orgia;
mientras los caballos, arrastrados y cubiertos
de nieve caen a un pozo, simulando el traspié, la caída
presurosa de la noche y su extraño calor
su incesante calor.
Debería esta noche adormecer a las bestias,
y prender la hoguera,
arrojar al pozo más hondo una extraña estrella
que irradie perdición,
debería a lo mejor tocar con la mano,
¿el fuego?¿ el incendio?
e ir con el espíritu tentado hacia el final del universo
como quien ha descubierto el principio de la materia
y también su siniestro final.
Ir hacia dentro, zambuido como desconcertado
tan sólo para conocer la secreta magia
-que yace en la crueldad de la vida-
en la secreta sinergia de la existencia
que es fatalidad, siempre fatalidad
como un pequeñito ciervo ensangrentado
que agoniza
y al que ya nadie escucha
en la noche, un pequeño ciervo
que nació para adormecer a las bestias
en este continuo asesinato que es la vida
nuestra vida.