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Las mascarillas no son para el «más vivo»

Las mascarillas no son para el «más vivo»

La humanidad a lo largo de la historia ha atravesado por diversos fenómenos que han atentado contra su existencia, actualmente nos enfrentamos al Covid-19, enfermedad que sigue restando vidas sobre todo de los más vulnerables por edad o padecimientos crónicos.

Los gobiernos han optado por prácticas que intentan frenar la propagación en masa del virus (Sars-Cov2), para el caso el caso salvadoreño esto significó meses de cuarentena. Sin embargo, esta etapa debía pasar y por el bien económico se volvió a la vida normal. Ahora bien, regresar a las actividades presenciales con seguridad requería de ciertas normas de bioseguridad como parte de la “nueva normalidad”, en ese sentido, se requiere de constantes desinfecciones, distanciamiento físico y el uso de mascarillas.

Si bien, la población, aunque mediocremente, inició siguiendo las normas de bioseguridad, poco a poco se fueron relajando hasta lo que podemos observar ahora. Aglomeraciones, faltas de protocolos de bioseguridad y el olvidado uso de mascarillas entre los salvadoreños y salvadoreñas es la realidad actual frente a la pandemia.

De entre las prácticas más sencillas está el uso de mascarillas, sin embargo, parte de la población ha hecho caso omiso y ha dejado a un lado el uso de esta pequeña herramienta de protección que busca evitar la propagación.

Independiente de la discusión sobre la eficacia de la mascarilla, la actitud entre los salvadoreños de ignorar el uso de ésta es un claro reflejo de la “cultura del más vivo”. Este patrón de comportamiento se caracteriza por el egoísmo y despreocupación por los demás, “el más vivo” es ese individuo que no le importa la vulnerabilidad ni la necesidad de quienes lo rodean y por el contrario se preocupa sólo por sí mismo.

En la propaganda del uso de mascarillas se intentaba inculcar entre la población el uso de la mascarilla como un acto de empatía y solidaridad para con los otros, o sea, por aquellos que son más vulnerables ante el virus. Pero, “para el más vivo” eso no es de su incumbencia.

Sumado a ese desinterés, ese patrón de comportamiento entre los salvadoreños, también refleja una valentía absurda que nos hace creer que nada ni nadie puede contra nosotros. Es por esa razón que “el más vivo” se roba el vuelto, se salta la fila para tomar el transporte público, arroja la basura en la calle, no paga el pasaje del transporte, en fin, hace todo lo que le dé la gana porque “al salvadoreño nadie se la hace”, mucho menos un virus.

Esa actitud hoy se refleja en dejar las mascarillas a un lado mientras otros batallan en las camas de los hospitales por su vida; en dejar las mascarillas a un lado mientras el personal de salud lucha por contener el avance de la enfermedad y con lo poco que se puede acompañan a los enfermos.

Hoy en nuestro país convergen dos escenarios, por un lado, hay fiestas, aglomeraciones, encuentros deportivos y ferias; por otro, lamentablemente están los hospitalizados luchando por un respiro más.

Entonces, cuando la enfermedad nos alcance a nosotros o nuestros seres queridos ¿De quién será la culpa?, ¿sólo de las autoridades?, ¿únicamente del Ministerio de Salud?, ¿exclusivamente del gobierno? o asumiremos nuestra responsabilidad.

Y si no nos alcanza, aunque nos llevemos a nuestro paso a otros, seremos ese “más vivo” desinteresado y poco humano que se las pudo con el virus.

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Javier Iraheta