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LOS HIJOS DE LA DUDA

LOS HIJOS DE LA DUDA

Por Álvaro Darío Lara.

“Todos murieron ya y todos regresaron en navíos alados y luminosos…” Ricardo Lindo

Fui invitado recientemente por el Proyecto Editorial La Chifurnia y por don Andy Martínez (hermano del poeta ausente Tomás Andréu) para la presentación del libro “Los frutos ingrávidos” de nuestro recordado Tomás, en el Salón Cultural del Círculo Deportivo Internacional, en el marco de sus actividades de proyección artística y cultural que promueve y organiza el escritor William Alfaro.

Pero no sólo se trataba del volumen de Tomás, sino de más títulos. Un significativo e importante esfuerzo de los amigos de La Chifurnia, y en particular, del poeta Otoniel Guevara, cuya actividad editora tiene ya larga data.

Obras, autores y presentadores, formaron una especial tríada en esa agradable tarde. Así desfilaron: «Veo el volcán que siempre se aleja» de Norma Flores Allende, presentado por la escritora Lauri García Dueñas; «Calendario Clandestino» de Gilberto Santana, por el pintor Augusto Crespín; «Los frutos ingrávidos» de Tomás Andréu, por parte de su servidor; «Que brille el sol» de Leyla Quintana, por Francisca Alfaro; «Ritual del trashumante» de Amílcar Colocho por Otoniel Guevara; «Larguémonos Willnelia» de Arquímedes Cruz, por Javier Fuentes Vargas y «Luzbéllica» de Otoniel Guevara, a cargo de Kike Zepeda.

Escritores y artistas participantes del evento. Fotografía: David Rodríguez.

Esa madrugada llovía desde la noche anterior. Era una de las primerísimas lluvias que presagian los meses más copiosos en el trópico. Y revisando los mensajes que van y vienen en este mundo electrónico inevitable ya, encontré una hermosa prosa del querido promotor, editor y hombre de letras, Melvyn Aguilar, que decía: “Una moderada pero algo impetuosa lluvia vino esta madrugada, los gatos de casa corretean entres felices y confundidos, la mañana está fresca y sonora, Que bien así pienso. Ayer fue un día duro, que prometía derrumbe y desasosiego, los buenos amigos con sus gestos y cariño nos dan mucha luz, nos asisten y nos reaniman. La lluvia invita a un café muy tempranero y a retomar la escritura de una novela algo olvidada, pero que hoy retomo entre melancólico e ilusionado…Llueve, llueve y pienso en los gatos de la calle… Luego trato de pulir un fragmento del escrito”.

Esa lluvia y el escrito de Melvyn me recordaron la voz de los poetas que partieron, particularmente el tono siempre existencial, inquisitivo, irónico a ratos, del querido periodista y poeta Tomás Andréu (1980-2019), de quien presenté, de nuevo, su libro “Los frutos ingrávidos”. Frutos flotantes, ausentes del mortal destino terreno, dirigidos hacia el más allá, a un mundo que palpita al otro lado del espejo, donde suceden y perduran los aspectos esenciales, importantes de este tránsito fugaz por la vida.

La obsesión por la muerte, por los rotos amores, por el incierto futuro, ocuparon a Tomás y se quedaron para siempre en su poesía.

Veamos estos versos de un poema sin título, perteneciente a su libro: “¿a dónde va la mirada de los días muertos? / – ¿y el fulgor de tu nombre en la punta de mi lápiz? – / ¿quién recogerá las hojas desmenuzadas por el viento y acunadas en el lomo de aquellas aguas sucias y pestilentes? / ¿quién entregará las cartas nunca escritas al destinatario de siempre?”.

Seguía lloviendo esa madrugada y las preguntas sin respuesta de Tomás, proseguían resonando en la contemplación de la lluvia. Un día gris, que fácilmente nos arrastraba a la melancolía. Pensé en el poeta Ricardo Lindo (1947-2016), y en su libro “Las Monedas bajo la lluvia” (1985), de donde cito: “¿Quién comía manzanas bajo los árboles, / mientras damas serenas como dormitorios/ agitaban sus anchos abanicos de plumas? / Solos, / más solos todavía en el tiempo, / los hijos de la duda nos acordábamos de la muerte, / mientras en el jardín de los rosales, /azules damas de agua/ ordeñaban estrellas para darnos una leche más pura”. (Poema:  IV “Alguien”).

El gran recurso en ambos fragmentos poéticos (el de Andréu y el de Lindo) es el uso pertinente de la reiterada interrogación textual. La interrogación que nos sitúa en el plano del misterio, de lo incierto. Una densa neblina desciende sobre la memoria de estos poetas. La neblina que les protege de los profanos, pero que se disuelve ante los iniciados en la sensibilidad humana, literaria. Y ahí brilla su verdad inevitable, tan llena de dolor, pero también del gozoso asombro que les despertó el mundo, y que se transmutó en la belleza del lenguaje que todo lo puede y transforma.

Del grupo de los poetas publicados “todos (con excepción de Norma Flores Allende y de Otoniel Guevara) murieron ya y todos regresaron”, como dice don Ricardo en el epígrafe que precede este artículo.

Los poetas, “los hijos de la duda”, siempre mostrando su inconformidad, su cuestionamiento al entorno, a sí mismos. Rebeldes perpetuos. Niños combatiendo a gigantes. Cuyo enojo y desafío sólo alcanza, finalmente, su grandeza, en las palabras.

Así el buen Gilberto Santana (1945-2010), arrastrando su bohemia por San Salvador, con su calzado destartalado, entre cantinas, bares, cervecerías y sitios oscuros, gritando, reclamando –airado- al quemante sol del mediodía y, horas después, a la fría luna. O en ocasiones, como un auténtico caballero romántico del siglo XIX, declamando versos y recordando tiempos idos, más floridos que ese presente que lo atormentaba; o la muchacha de las trenzas, la jovencísima Leyla Quintana (Amada Libertad, 1970-1991), que ofreció su corazón a la montaña de sus más altos ideales patrios, en una época dominada por la utopía, la locura y la sangre; o el cantor de San Sebastián, el flaco Arquímedes Cruz (1964-1989), con su inseparable guitarra de planetas imposibles, siempre sostenida, en reuniones y concentraciones populares, luciendo su  cabellera alborotada, su camisa a cuadros y sus desteñidos vaqueros; y finalmente, Amílcar Colocho (1965-1990), el negro, atlético, fuerte, con su irónica sonrisa, y su silencio, disparando poemas breves, siempre pensativo.

Sus imágenes de soñadores, de almas excepcionales, que jamás pudieron ser indiferentes ante la miseria, la crueldad y la injusticia de este mundo, nos acompañarán hasta la muerte; y desde luego, seguirán inspirándonos, por su infinito amor al verbo liberador y trascendente.

Un aplauso al Proyecto Editorial La Chifurnia, por hacer posible la edición y reedición de estas voces.

Obra de Tomás Andréu, presentada durante el evento.
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