
El disfraz de los impulsos de Tomás Andréu (*)
Por: Álvaro Darío Lara
“Escribieron en árboles
las palabras
que no conocieron”.
T.A. (Poema 10 de: “Café para tres”).
La precisión de la primera vez que vi a Tomás Andréu (1980-2019), se me pierde entre los recuerdos del tiempo, que todo arrebata, y nada perdona. Pero, el inicial encuentro ya en firme, que, creo tener con él fue en una radio cultural donde me desempeñaba como productor y conductor del programa “En Voz Alta”, que se extendió entre 2003 y 2017.
Fue con ocasión de los preparativos del Encuentro de Poesía “El turno del ofendido” que coordinaba el poeta Otoniel Guevara. Y fue Otoniel, quien llegó acompañado de Tomás esa mañana a los estudios de Radio Clásica, para sostener una amena conversación con un servidor, y promocionar así el evento.
Recuerdo al joven Tomás de esos años, ya un destacado periodista, y probablemente aún estudiante de la carrera de Letras de la Universidad de El Salvador, que luego culminaría con honores, graduándose con una tesis sobre la poesía del último bohemio de San Salvador, el poeta César Ulises Masís (1925-1992).
Tomás era delgado, de lentes gruesos y mirada tímida e inteligente, de un cabello negro, brillante, que usaba largo, y de modales suaves y dulces. Siempre en vaqueros y playeras. Hablaba con entusiasmo, y cuando se ponía nervioso parecía tartamudear levemente. Estaba muy comprometido con el proyecto del festival poético. Y en esa entrevista junto a Otoniel, la alegría los hacía interrumpirse mientras detallaban invitados, locaciones y objetivos de la actividad. Fuera de micrófonos Otoniel embromaba a Tomás, llamándolo, “Tomás lechuga” por su practicante vegetarianismo; y le hacía ver qué cómo podía ser vegetariano y beber cerveza, Tomás le devolvía la chanza, con divertidas interjecciones exclamativas y frases ocurrentes. Ese detalle aparentemente, nimio, luego me respondería algunas futuras preguntas, cuando Tomás nos abandonó físicamente, años después. Pero en ese momento, nada de esos nubarrones amenazaban el cielo. Tomás se veía muy saludable, muy activo, y, sobre todo, muy fraterno, muy amigable.
Y así, se fue forjando una amistad, sobre todo, cuando nos encontrábamos en eventos culturales. Él siempre me llamó “muchacho”, “¿cómo estás muchacho?”, “¿cómo vas?”. Y yo me acostumbré por igual, a llamarlo así.
Entre 2008 y 2013, aproximadamente, Tomás integró el grupo artístico-cultural “Aurora”, según refiere el artista musical Nelson Rauda “Lobito”, compañero de Tomás en este esfuerzo. Sus integrantes fueron, en el recuerdo de Nelson: “Mayra Alfaro (pintora); Dany Portillo (artista), Ricardo Berdugo (poeta), “el Peche” (actor), Vladimir (poeta), Pipe Carranza (músico y cuentista), Claudia López (cantante) y Kerin Díaz (poeta)”.
Este grupo realizó actividades en universidades, parques, teatros y plazas del centro histórico de San Salvador.
Es interesante señalar, que, pese al temperamento apartado de los ambientes literarios, poéticos, de su generación, Tomás sí logró involucrarse en este esfuerzo colectivo, quizás por la nobleza humana, la autenticidad y la pluralidad de los oficios artísticos que evidenció en sus compañeros.
En otro orden, su poesía se inscribe dentro de una corriente existencial, personal, de desencanto social, político, bastante característica entre algunos poetas jóvenes del período de la posguerra salvadoreña.
Posteriormente, Tomás participó en la fundación de importantes proyectos periodísticos del país, se graduó de periodismo, su segunda carrera en la Universidad Tecnológica (UTEC) y fue corresponsal de medios extranjeros.
Recuerdo que me enteré que escribía poesía, por alguna publicación en alguna revista electrónica. Tuve la impresión, que, como muchos periodistas también interesados no sólo en la parte política, social, sino cultural y artística, probablemente el buen Tomás tenía alguna propensión hacia la creación literaria, pero de manera circunstancial. Otro aspecto de su biografía del que jamás me enteré era de su problemática relación con la bebida. Por ello, como muchos, nos sorprendimos grandemente al enterarnos que fueron las consecuencias de la enfermedad alcohólica las que lo llevaron a otros planos de la realidad. Y eso desde luego, nos dolió muchísimo por lo talentoso y prometedor que era nuestro amigo.
Cuando el escritor Jorge Ávalos publicó la primera edición, en digital, del libro que ahora celebramos “El disfraz de los impulsos” (Editorial La Zebra, El Salvador, 2020) logramos mejor dimensionar el valor de la poesía de Tomás Andréu, puesto que su obra reunida, cuidada y estudiada con gran rigor, por Jorge, nos develaba lo que veníamos intuyendo: una vida interior intensa de nuestro autor.
El trabajo de investigación, compilación, análisis, y, sobre todo, de extraordinario respeto a la obra de Tomás, no puede ser mejor. Jorge Ávalos une con paciencia y esmero, cada pieza biográfica, contextual, y poética de Tomás, para ofrecernos un libro valioso en dos sentidos: por el trabajo de meticulosa arqueología que realiza, y por la solvencia de la poesía de Tomás, una poesía joven, en el sentido que estaba comenzando a hacerse. Una poesía que buscaba su efectiva articulación formal, acaso el aspecto más difícil en la expresión escrita de la voz poética.
Una poesía que ya perfilaba su personalidad, anclada en los temas obsesivos del poeta: la muerte, el absurdo, el sin sentido, el vacío existencial, la reflexión filosófica, la desolación y la bohemia.
Un quehacer poético intimista, que volvía una y otra vez a la tragedia biográfica. En certeras palabras de Jorge Ávalos: “Entre la parquedad de su personalidad y su conciencia solidaria y tierna, había una soledad profunda y difícil de entender”. (Introducción a «El disfraz de los impulsos”. Tomás Andréu: la máscara y el rostro, Jorge Avalos, Editorial Universitaria, El Salvador, 2025, p. 22).
Yo advierto en la poesía de Tomás una conciencia torturada, de alguien que había sido ultrajado, menospreciado, con un conflicto paterno que no se resolvió, y que lo marcó fuertemente. Sin embargo, su madre y hermano, su entorno familiar más raigal, por el contrario, lo acompañaron hasta sus últimos días, estimulándolo y confortándolo, y sin duda, fueron determinantes en sus logros personales y profesionales.
Como todos los seres humanos, Tomás buscó siempre una ventana, una ruta que lo salvara de los monstruos que lo asediaban, y esa vía fue el arte. Como bien dice Jorge Ávalos, fue la música inicialmente, y ésta lo llevó a la poesía. En sus admirados autores, musicales y literarios, sobre todo de índole autodestructiva, Tomás reafirmó un patrón de identificación que lo hacía justificar y sublimar su vida accidentada.
Al respecto dice Ávalos, concretamente en el caso del poeta Masís: “Tomás, encontró en Masís un espejo de su concepto de la poesía como incongruencia normativa y antidiscurso moral, construido desde la marginalidad social y la ruptura verbal”. (Introducción a “El disfraz de los impulsos”. Tomás Andréu: la máscara y el rostro, Jorge Avalos, Editorial Universitaria, El Salvador, p. 12).
Lamentablemente ni la poesía, ni el amor encontrado al final de sus días, pudieron motivarlo a iniciar un proceso de recuperación de su atroz adicción alcohólica que terminaría arrebatándole la existencia con tan sólo 39 años, “abrazar la tierra” se convirtió, en Tomás, en un funesto y férreo credo.

“El disfraz de los impulsos” (Tomás Andréu, Editorial Universitaria, El Salvador, 2025, 175 p.) consta de 66 poemas, y lo antecede una nota editorial; una introducción que es un excelente estudio preliminar sobre la vida y obra del poeta, realizado por su editor Jorge Ávalos; un prólogo (escrito por el propio poeta, que anuncia muy bien el contenido del libro), y 4 poemarios: “Café para tres”, “Los frutos ingrávidos”, “El disfraz de los impulsos”; “De ningún lado hacia ninguna parte”; y la selección de tres crónicas, bajo el título: “A la deriva de Diógenes”. Además, integran el corpus del volumen tres apéndices. Vale mencionar que el libro presenta una riqueza documental, fotográfica, muy apreciable.
Cabe señalar que una versión de “Los frutos ingrávidos” (segundo apartado poético del libro de marras) en manos del poeta Otoniel Guevara se publicó bajo el sello del “Proyecto Editorial La Chifurnia”, en 2024. Y su contenido contribuyó a reactualizar la edición original de 2020, enriqueciendo la versión última de 2025.
Esta primera edición impresa de “El disfraz de los impulsos” constituye el esfuerzo más completo de selección de la poesía publicada e inédita de Tomás Andréu, en ella el poeta evidencia su progresivo desarrollo, en los formatos conceptuales, epigramáticos, conversacionales, que caracterizaron su trabajo.
Pensaría que el apartado titulado “Los frutos ingrávidos” presenta los poemas con los cuales el público recordará más a Tomás, por su espontaneidad, fluidez, sensibilidad y directa comprensión.
Ese tono erótico, contradictorio, feliz y triste se nos muestra muy acentuado en esta poesía. Veamos el poema «La seducción«: “Me muevo en la oscuridad. / Tropiezo con las ratas, /pero siempre alcanzo tu boca. / Llego a tu cama. /Te abrigo con mis manos. /Balbuceando has dicho amor. / Lerdo he dicho te amo. / Tu pelo es una noche en la noche, / las estrellas son tus ojos/ y tu aliento es una brisa desconocida. /Hacés del momento la eternidad. /Tus manos de algodón/son la cura para las más viejas heridas. /Robé tu perfume. / Olí tus zapatos. /Hui de nuestro lecho, / pero me quedé con vos”.

Me dijo una vez un director teatral y actor salvadoreño, que el único personaje con el que nunca nos equivocamos, es con nuestro propio personaje.
Quizás Tomás difirió de esto, quizás se vio como un ser que no encontraba el personaje más adecuado para sí mismo; quizás en la búsqueda del verdadero personaje ensayó varios disfraces, sin encontrar el más idóneo para sus impulsos.
En mi opinión (probablemente, Tomás, tampoco estaría de acuerdo, ya que, para él, las palabras le resultaban limitadas), nuestro autor sí encontró a su personaje, más allá de todos los disfraces,
Ese personaje creó y habitó su poesía, como buscó la verdad en ese periodismo tan humanista que ejerció.
Creo firmemente que su legado de profunda autenticidad respecto a sí mismo, expresado en su palabra poética, es lo más importante. Y será lo único, pasado el tiempo, y todos nosotros, que permanezca de forma indestructible para anunciar a las nuevas generaciones el milagro del amor, de la esperanza, y de la vida.

(*) Palabras pronunciadas con motivo de la presentación del libro “El disfraz de los impulsos” de Tomás Andréu. Museo Universitario de Antropología (MUA) de la Universidad Tecnológica de El Salvador (UTEC), 16 de julio de 2025.