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De como leí a Yolanda Consuegra Martínez

De como leí a Yolanda Consuegra Martínez

En su novela «A la Zaga» del año 1994, Yolanda Consuegra Martínez dice: «Pero yo rehusaba la felicidad. Bueno, la felicidad de la gente común», y ha sido una de las frases que más me ha impactado, al fin de cuentas todos buscamos la felicidad, pero no siempre son los mismo caminos. Aquellos que hemos encontrado la ternura y el compromiso de las letras, al igual que ella, nos salimos del esquema natural.

En mis años de formación como profesor tuve un acercamiento exhaustivo con la literatura, gracias al trabajo formador de uno de mis docentes, el Lic. Vladimir Orellana. Su metodología nos hundía en la profundidad de los textos y en la parte vital de toda obra: su escritor. Aun recuerdos la creatividad y elocuencia de nuestras exposiciones en el aula universitaria. Así, conocí a Yolanda Consuegra Martínez.

Cuando escuché la presentación de una de mis compañeras sobre la novela «Corazón Ladino» (1967), hubo algo que me impactó y se volvió imperante leerla. Entonces, devoré aquella bella historia en poco tiempo. Toda una serie de impresiones se calcaron en mi juvenil mente. Aquellos personajes dignos de lástima y otros odiados se quedaron conmigo.

La emoción de seguir conociendo a Martínez continuó con la lectura de «Sus fríos ojos azules» (1965), ejemplar prestado por otra compañera de estudio, que me mantuvo en suspenso de principio a fin. Ahora, recuerdo con nostalgia mi trayecto en el bus rumbo a mis prácticas docentes en el INFRAMEN, acompañado por aquella lectura.

Tiempo después en mi búsqueda de las obras solicitadas en el ciclo, en los desaparecidos puestos de libros de segunda que se ubicaban a los alrededores del Parque San José, en San Salvador; me encontré con «A la zaga» (1994) y «Quédate con nosotros» (1998). Pero, mi limitado presupuesto de estudiante me impidió adquirir los dos textos, y dejé con gran tristeza, pendiente de comprar «Quédate con nosotros», lamentablemente cuando fui por este ya no lo encontré. Desde entonces, he intentando encontrarlo en puestos y librerías, pero no ha sido posible.

En mi rastreo por puestos de libros terminé encontrando «Veinte cartas neuróticas desde Alabama» (1987), que a alguien presté y no me devolvieron, sigo martirizándome por olvidar quien se quedó con mi libro.

Revisando mi biblioteca personal, encontré «Una mañana de domingo, Doce relatos de contenido social» (2005), que siendo honesto, no recuerdo cómo y cuándo lo adquirí. Pero, es una de mis joyas literarias de esta querida escritora.

En fin, como ultimo recurso, para completar mis libros de Yolanda Martínez, me comuniqué con Clásicos Roxsil, quienes publicaron todas sus obras, no tenían la novela que tanto he buscado, pero sí tenían «El Huerto Cerrado de los Masferrer» (2018), que ha sido mi ultima lectura de ella, disfruté cada página en las gradas de una cancha, mientras mis alumnos recibían educación física.

Yolanda Consuegra Martínez fue Trabajadora Social, y su labor la dotó de una sensibilidad por ciertos grupo vulnerables que se refleja en su narrativa. Además, elabora una exposición de la situación psicológica de sus personajes. Ambos elementos, presentados en un estilo sencillo y digerible, me hizo encantarme de esas tramas en torno a la discriminación, desigualdad y violencia.

Pero, Corazón Ladino ha sido mi novela por excelencia. No se han salvado ni mis alumnos que han leído esta historia, y cuando ellos la leen, nuevamente sigo a Leonor, su personaje principal. Vuelvo a leer la frase marcada de mi viejo libro: «Intenté forcejear, pero no pude mover un solo dedo. ¡mi cuerpo estaba paralizado! Quise gritar y mi garganta permaneció muda. Quise llorar y mis ojos permanecieron secos.» (Yolanda C. Martínez, Corazón Ladino). Entonces, la acompaño en sus sufrimientos y quiero preguntarle al final de la narración cuál fue su decisión. ¡Necesito saberlo!

Fue tal el impacto de Martínez, que allí está archivado mi esbozo de novela con esos rasgos de sufrimiento emocional de un personaje que nace de mi visión juvenil. Quién sabe y un día salga a la luz como herencia de su influencia literaria.

Nunca tuve el honor de conocerla en persona, pero al enterarme que el pasado 4 de junio falleció a la edad de 85 años, sentí un pequeño sentimiento de vacío. Esa sensación de pérdida, y me vi caminando por las bulliciosas calles de San Salvador, buscando sus libros. En cierta medida, mi estilo narrativo es influenciado por ella. Fue esa escritora que me impactó e impulsó a continuar.

Estoy seguro que al igual que a mí, su hermosa narrativa impactó a tantos lectores, y con ello deja un precedente como referente de la escritura salvadoreña. Pienso, que es buen tiempo de volver a leerle en honor a su vida y herencia literaria. Así, recordando a la escritora de mi juventud, cierro con una de sus frases: «Yo no sufro ahora. No se sufre cuando se tiene la conciencia de haber cumplido con un deber» (Yolanda Martinez, A la Zaga)

Gracias por cumplir con su deber en la historia de las letras y la cultura salvadoreña.

Zacatecoluca, 23 de noviembre de 1940 – Santa Ana, 4 de mayo de 2025.
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Javier Iraheta