
“Flor de la montaña” de Víctor Acevedo
Por: Álvaro Darío Lara.
“Flor de la montaña” es el segundo volumen de poesía que Víctor Acevedo (1965) ofrece a la luz pública. El anterior, “Piedra de sacrificio” (Patria Exacta Editorial, El Salvador, 2022) rompió un largo silencio del poeta. Un silencio impreso, no un silencio creativo, puesto que, el autor ha seguido escribiendo su poesía y archivándola, literalmente, guardándola, en espera que los versos cual tropicales frutos, estén maduros, y venga la mano noble del agricultor a llevarlos a la plaza de la vida, donde serán adquiridos por los ávidos lectores.
La poesía de Víctor Acevedo, ayer joven estudiante de Letras de la Universidad de El Salvador y combatiente revolucionario, se me presenta milagrosamente fresca y vital, después de muchos años de haber leído sus textos en ediciones efectuadas por el Círculo Literario Patria Exacta, al cual perteneció; y por haberle escuchado en las reuniones del entonces Taller Literario Xibalbá.
En esos afanes nos conocimos, sin canas y con menos libras de peso, en medio de los esfuerzos sociales, culturales y políticos de la década del ochenta, y el trato se prolongó hasta el triunfó de la paz, después de las memorables jornadas por el diálogo-negociación en las que participamos. Una década de grandes gestas populares por volver posible el pan, que tanto poetiza Víctor, en la mesa de todos los salvadoreños.
Luego la vida nos llevó por distintos derroteros, pero es la poesía, más allá de todos los caminos recorridos, la que nos vuelve a reunir, como originalmente sucedió.

“Flor de la montaña” (Editorial Patria Exacta, El Salvador, 2024. 98 pp. Ilustración de portada: Óscar Vásquez; Diseño de portada: Vladimir Benavides; Diagramación: Armando Acevedo) se compone de un preludio, y de cinco partes, donde se explayan sesenta y seis poemas; en su orden “Ella olía a flor de montaña” (2022); “Las uvas del exilio” (2022); “Vuelvo de las sombras” (2022); “Libertad en cuarentena” (2020); y “Romance de la noche, la lluvia y tus ojos” (2019).
“Flor de la montaña” reúne una poesía dictada por la urgente necesidad expresiva, un imperativo, que, en el caso del poeta, es irrenunciable e incontenible, que sólo alcanza su plena satisfacción en la producción del poema; y que, desde luego, tiene su propia naturaleza y características, siendo la principal, el lenguaje.
Si analizamos la mayoría de lo publicado, en el género poético, durante nuestra guerra civil, y en los primeros años de la paz, evidenciamos una gran producción de textos, pero muy escasos poemas, porque lo que define al poema no radica en su tema; para el caso de la poesía social, de las supuestas razones políticas o ideológicas que exprese. Al poema no lo definen los criterios extraliterarios.
El poema se define, en tanto, se transforma en un objeto autónomo, capaz de recrear la realidad, sea ésta: social, política, natural, psicológica o de cualquier índole, mediante el filtro de sus particulares características formales, estilísticas, técnicas.

Entrando en materia, la poesía de Víctor Acevedo, en “Flor de la montaña” constituye un apasionado homenaje a la unidad mujer-naturaleza. La fuerza amatoria se concentra en la fusión de la figura protagónica femenina con el entorno geográfico, floral, frutal, que el poeta va hilvanando, como hábil tejedor de un mundo pletórico de fragancias y de sensaciones; donde lo primaveral, lo paradisiaco, nos revela ese gran símbolo del jardín, como el lugar primigenio, que nos instala en los equilibrios perfectos; en la felicidad original, en la edad de oro de los griegos: “Y es que cuando pasabas con tus pies firmes/ibas dejando impregnado en los helechos/ de las eternas quebradas/ ese mágico olor a Orquídeas fluyendo,/ a Orégano recién cortado/ a Mirto, embrujo profundo en las soledades/ a Gardenias silvestres que cortabas al paso/ y acomodabas en tu mochila infinita de sueños…”. (Poema: “Palabra extraviada”)
Una poesía de la interlocución, de la nostalgia, de un fino temblor erótico: “Venías por las orillas del río/ y una mano invisible secó tus lágrimas/como una brizna descendida en la bruma/ en la aurora naciente desde la montaña/ desde las raíces profundas de un cementerio/ dolido, abandonado, florido, enterrado/ con mil ojos encendidos en la noche/ y me sumergí en el cansancio de tu cuerpo/ habilitado / para las dulces pesadillas en el patio…”. (Poema: “Cima del roblar”).
La montaña como la ascensión, como la divinidad alcanzada, como el triunfo sobre la miserable llanura de la vida, como la gran madre, que acoge, que resguarda; la entrañable montaña de la utopía: “Ahí estaba la montaña, imponente/ llena de memorias maduradas al sol / mientras llegabas apartando chiriviscos /sorbiendo el aroma de los robles antiguos / de los cedros amarrados /a la tierra dormitada de los ancestros”. (Poema: “En tus pupilas”).
Sin embargo, la nostalgia, la separación, la ausencia impuesta, y la definitiva muerte, ensombrecen el corazón del poeta, y lo hacen interrogar al enigmático destino sobre el efímero amor: “¿Quién traerá tu olor a rosas frescas? / ¿Quién detendrá el aroma de las flores en el cafetal/ ¿Quién llenará de tu fragancia las horas sufridas? / ¿Quién me llevará tus flores cuando ya no esté?”. (Poema: “Final de un camino”)
Y aunque la unidad mujer-montaña es la nota dominante, sobre todo, en la primera parte de libro, tanto así, que ya su título es ilustrativo; el símbolo del agua, como lluvia, como mar, como río, como bahía, nos señala el tránsito entre el plano de la vida y de la muerte; la infancia; y el indescifrable destino: “Y se muere en la soledad del agua/ en el óxido del olvido siniestro/ y su alma moribunda en la lluvia/quiere navegar a lo incierto/ navegar / navegar /sólo navegar…”. (Poema: “Penitente del espíritu”); “No pude frenar la lluvia, tierra mía/ dame el sueño angosto de tu vientre/ de los martes silenciosos en tus calles misteriosas/ y deja que mi amor de loco acento/ encuentre los barcos vacíos de La Libertad / en el océano oscuro que voy imaginando / en tu nombre desenterrado por la lluvia…”. (Poema “Frenar la lluvia”).
La muerte, la propia muerte, y la de los justos que han muerto en las guerras floridas del ayer atraviesan como un río indetenible a “Flor de la montaña”. La muerte se convierte de esta manera, en una constante: “Unos cabellos hermosos en la noche / me roban las notas eternizadas del canto / una fragancia decidida en las orillas de mi muerte / atormentan el ambiguo deseo de mi ciudad futura / escapando a cada minuto de las tumbas del mundo / de las manos abiertas al pan de todos/ de los labios soñando con quimeras inalcanzables / que dejaron en la bahía / sus diminutas vidas para siempre…”. (Poema: “Romance de la canción nocturna”).
La raigal solidaridad se manifiesta en estos versos que celebran la liberación del amigo de la horrenda mazmorra: “Vuelves de las sombras, compañero / una mano triste te lleva desde el odio a la libertad / el abedul del camino, lo hace menos tosco / y preguntas por las esencias de las vidas truncadas / de las noches aciagas de insomnios en el calabozo”. (Poema: “Vuelvo de las sombras”).
Víctor Acevedo ha retomado, felizmente, la vocación inicial que los dioses le concedieron: el don de la palabra poética; y el compromiso de dejarnos ese canto en perdurable papel.
Consciente de esto nos dice al final de “Flor de la montaña”: “Hay quien duda sobre mis versos/ los deshoja como panes podridos/ los reinventan en los bares mugrientos/ de la Calle Angustia/ los depositan en los agujeros oscuros/ de la noche siniestra/ que llenan el pantano sosegado/ verde y amargo de este barrio en olvido…/ Hasta que por fin llegan tus manos infantiles / y los rescatan de las llamas / de los olvidos profundos en las madrugadas / y les ponen veraneras multicolores / en las consonantes de disperso valor/ para que no vociferen de la vida / las rosas mustias del olvido…” (Poema: “Romance de los versos rescatados”).
La poesía de Víctor Acevedo no está hecha de impresionantes artificios verbales, no los necesita. Es una poesía muy de su época, de su entorno, signada por la fuerte preocupación social, por la insurgente militancia, por el demandante amor, aquel que no podía esperar mucho, que debía realizarse, porque el mañana siempre era una dudosa promesa.
Su canto recuerda por momentos, esa lírica social, que, en nuestro país, alcanzó en los años cuarenta y cincuenta, como su máximo exponente al poeta Oswaldo Escobar Velado (1919-1961), en su desnudez romántica y pos modernista, de visos vanguardistas.
Sin embargo, pocos, muy pocos autores líricos, cuyo telón de fondo fue la guerra civil salvadoreña, han tenido la innata fuerza y la fluidez poética, como Víctor Acevedo.
Estamos seguros que su poesía, andando el tiempo, que todo coloca en su lugar, no se desvanecerá, no se disipará, para usar un verbo de su predilección.
Por ello celebramos, con mucho entusiasmo, esta segunda publicación de su palabra y le deseamos que sus versos sigan recogiendo más flores de la montaña.
* Presentación del libro “Flor de la montaña” de Víctor Acevedo. Centro Cultural Cabezas de Jaguar. San Salvador, 23 de noviembre de 2024.