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Poder oír los pájaros cuando inventan un dios

Poder oír los pájaros cuando inventan un dios

Por: Álvaro Darío Lara

Sobre nuestro escritorio yace la plaquette “Del polvo eres”, del joven poeta Luis Velásquez (1996), publicada en marzo de este año por S&R Editores, en su colección Primera Matrícula, y que contiene diez poemas del autor.

La edición, encantadoramente sencilla y cuidada, nos presenta en la portada un cuadro del gran artista Marc Chagall, nacido en el antiguo Imperio Ruso en 1887, y muerto en Francia en 1985. El tema del cuadro es la crucifixión, en ese estilo, tan particularmente mágico, surrealista, del maravilloso pintor de amantes y vacas voladoras. Y no podía ser mejor, para ambientar la poesía de Luis. Una poesía marcada por la tensión sobre Dios, los hombres, la vida, y el misterio de la muerte.

Portada de la plaquette “Del polvo eres”.

Conocimos al poeta en 2019, en San Salvador, cuando éste cursaba sus estudios de psicología, y era un asiduo asistente a los eventos culturales y literarios de la ciudad. Muy inquieto, vital. De un humor como inmóvil, silente, pero que, de pronto, se desbordaba, provocándonos una intensa alegría. Rebelde, iconoclasta. Como decía en un soneto, acerca de sí mismo, el recordado poeta Jaime Suárez (1950-1980): “con una buena dosis de anarquista”. Ese es el Luis, “de largos cabellos”, que tenemos siempre presente. Muy explorador de las artes, de la plástica, y muy enamorado, también, de la palabra, a la que tiene acceso por vocación, y a la que debe guardar, en virtud de ello, más culto -en nuestra valoración- ya que tiene buenas condiciones para, con más disciplina, obsequiarnos hermosos y futuros versos.

“Del polvo eres” recoge diez poemas de su autor. Y como anotamos en la presentación del texto: “…es un poemario que testimonia las interrogantes eternas sobre el origen y el destino humano. Grandes temas de la poesía de todos los tiempos. Su autor vuelve al polvo, al barro primigenio para escuchar la voz de su venerada abuela. Y es que la conexión con la sangre es fuerte en Luis, como su asombro ante los misterios de la luz y de la muerte”.

En su actitud personal, como en su poesía, hay un rechazo a “ese dios de nuestros padres”, como reza el texto bíblico; a ese dios de la tradición, del dogma, de la imposición. El dios que se estrella ante la realidad de la condición humana. Un dios de caricatura, que envía fuego, y comanda ejércitos. Por ello, el poeta se define ajeno a esa desnaturalización de lo espiritual, y afirma: “Mi nombre no se pasea por los labios de Dios. / No tiene eco en las alturas ni retumba en las catedrales. /Es un susurro sin destino, una palabra huérfana/que se pierde entre las grietas del cielo”. (Fragmento del poema: “Del polvo eres”).

Sin embargo, la belleza, la ternura, la nostalgia ante el amor, se impone como una auténtica divinidad en los versos del poeta, cuando nos dice: “Descifro vidas sin tener pista alguna de cómo fue conformada la mía, mientras la lluvia corroe mis versos en el callejón del cuerpo de una muchacha ya lejos de esta patria”. (Fragmento del poema “Ajeno”).

El poeta, ya se ha dicho muchas veces, en esa frase que Arthur Rimbaud (1854-1891) emplea en la famosa carta a Paul Demeny (1844-1918): “tiene que ser un vidente”.

Homero, ciego, ve más allá que cualquier hombre de ojos perfectamente sanos. Edipo sólo habiéndose cegado trágicamente es capaz de saber, por fin, quién es en verdad. Sus ojos físicos fueron incapaces de revelarle su exacta identidad.  

Como bien nos decía, el poeta y maestro Francisco Andrés Escobar (1942-2010): “en la poesía cabe todo, menos lo falso”. Y esto es totalmente cierto. El poeta puede hacer acopio de la imaginación, la fantasía, el dolor y la felicidad ajena, pero no puede fingir; ir en contra de su propia verdad, de su condición más íntima. Por ello fácil resulta evidenciar la oquedad detrás de las catedrales verbales, por más deslumbrantes que parezcan. Al final, lo único que existe es artificio y banalidad.

De ahí que, Luis, sepa, intuya, que la palabra no es un membrete para ir mostrándolo vanidosamente por el mundo. Un boleto para abordar el tren de Narciso. Un recital que espera sonoros aplausos, que luego se consignarán en fotografías, que el tiempo, amarillea y destruye. No. La poesía es otro asunto. El poeta lo expresa con claridad: “Y cuando cantas, duele, / porque cantas lo que se tiene que cantar”. (Fragmento del poema: “La loca de la guitarra”).

La conciencia de la fugacidad de la existencia siempre nos ha atormentado, desde el origen de los tiempos.  Eso explica nuestra sed de eternidad, que, en el caso, del arte, representa un inobjetable testimonio cultural, presente a lo largo de la historia.

Desaparecieron los pueblos y civilizaciones antiquísimas, incluso los idiomas, tradiciones y costumbres, pero pervive el arte que produjeron.

El poeta invoca al sagrado arte de la naturaleza, para que lo asista. Manifiesta entonces: “¿Caerá sobre esta ciudad, / y sobre las del mundo, / la ceniza de los olvidos? / ¿Entrará por el cielo/ la tibia conciencia de los ancestros, /envuelta en el plumaje/ de su sabiduría milenaria?”. (Poema: “Trascender”).

Tenemos la convicción que si Luis, hace suyo el milagro de la palabra que se le ha dado, podrá seguir escuchando, y luego, traduciéndonos, el canto de esos pájaros “cuando inventan un dios”.

Felicidades por este primer volumen de su poesía. Nuestra gratitud a Josué Ramos y a Elmer Sandoval, de S&R Editores, por hacernos llegar hasta nuestra mesa de escriba, desde el Oriente del país, esta formidable colección de “Primera Matrícula”, de la cual “Del polvo eres” de Luis Velásquez, forma parte, y que bajo su sello ha visto la luz.

Luis Velásquez, autor de “Del polvo eres”.
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