
Poemas holandeses de Edgar Alfaro Chaverri
Por: Álvaro Darío Lara.
“por trigales y maizales
anda ya van Gogh”.
E. Alfaro Chaverri.
En los primeros meses de este convulso año solicité a mi amigo el poeta Edgar Alfaro Chaverri, un ejemplar de su libro “Poemas holandeses”, publicado ya hace un tiempo, en esas bellas ediciones artesanales, debidamente registradas, que Edgar prepara y ofrece para el público amante de las letras, que es en realidad, el público más importante, no, quizás, los poetas lectores.
Solícito como siempre, en abril, Edgar ponía en mis manos no solo ese título, sino otros más que no conocía y que he disfrutado.
Sin embargo, mi curiosidad, desde luego, se dirigió en primera instancia, por el poemario de marras, y debo decir que sostener la voz poética a lo largo de setenta y cinco textos, con independencia de la extensión de cada uno, no es tarea fácil. Sobre todo, cuando partimos de una temática que se ampara en la figura y obra del singularísimo Vincent van Gogh (1853-1890), el célebre pintor neerlandés de los girasoles, de los autorretratos, y de los entornos de esa vida cotidiana, especialmente campestre, por la que transitó y de la cual nos dejó magníficas obras de grandes innovaciones técnicas y de estilo; además de esa extraordinaria inversión cromática en sus lienzos, respecto a la realidad natural que apenas vislumbran nuestros limitados sentidos.

El gran Vincent, a quien, con anterioridad en las letras salvadoreñas, el poeta Joaquín Meza (1956) dedicara también un libro bajo su influyente presencia: “Vincent, tú y las golondrinas” (Primera edición, 1983).
En “Poemas holandeses” el autor hace una lectura nacional y personal del drama biográfico, humano, del extraordinario artista, acercando sus emblemáticos trigales a nuestros tropicales maizales, así Van Gogh, por milagro de la poesía, resucita en El Salvador y recorre las calles oscuras y las veredas luminosas de Cuscatlán.
El poeta tiende el puente con la patria de Vincent, y así, canta: “Existen países tristes/y existen países pequeños/por eso mis poemas holandeses/nacen inspirados en van Gogh” (Fragmento del poema: “Existen países”).
En uno de sus más logrados poemas, Edgar dice, estableciendo el hilo conductor de su desventurado amor con los infortunios sentimentales del genio: “entiende que mi corazón/está sucio/no tus manos” (Fragmento del poema: “La belleza de tus ojos”).
Y esto es irremediablemente cierto, el amante caballeresco, en esta estilística, se inflige a sí mismo todas las culpas y heridas, ante la inmaculada amada. Esta relación de los protagonistas poéticos es característica en muchas de las creaciones del poeta Alfaro Chaverri.

La alusión reiterada al término “canícula”, en su acepción más denotativa: “la alta temperatura sofocante”, “el calor abrasivo” adquiere la categoría simbólica, en la poesía de Edgar, como la maldad individual y social que campea en derredor, como el inexorable castigo, contra el cual, el caballero poeta, combate implacablemente con su lápiz, del cual surgen las realidades más intensas y perdurables, gracias a la magia infinita del arte, capaz de inmortalizar cualquier objeto, ser o instante.
Jugando, diestramente, con las figuras y técnicas propias del lenguaje poético, evidencia en sus versos, nuestra afirmación anterior: “en mis ojos necesito pólderes/diques que canalicen desde el alma/la tragedia que asoma por el rostro/bien o mal lo sé:/a ella la rescatará mi poesía/ (y a mí quién sabe) /ella es la infinita luz que ansío estrechar”. (Fragmento del poema: “Infinita luz”).
La locura, la soledad, la pobreza, los viajes, marcan esta poesía de Edgar Alfaro Chaverri.
La nota urbana contemporánea, se asoma, antojándoseme nocturna, en un barrio periférico de la metrópoli. Veamos esta imagen metafórica: “tu nombre es el graffiti más hermoso/que existe en toda la ciudad” (Fragmento del poema “Graffiti”).
La Holanda del desequilibrado Vincent, el país que peleó hectáreas al inconmensurable mar; la Amberes de don Alberto Masferrer (1868-1932) y del desdichado artista; nuestra cálida y lluviosa tierra; el amor de ayer y de siempre; y tantas maravillas, que Edgar logra ver desde su portentoso calidoscopio poético, y que nos obsequia en “Poemas holandeses”, refulgen como seductoras joyas ajenas a la destrucción implacable del tiempo.
Que su obra labrada lejos de todos los reflectores municipales, en silencio, en su voluntario retiro, nos siga asombrando como las primeras luces, que llegan en sus madrugadas de solitario, frente al humeante café, y al infaltable tabaco.
Y nosotros, pobres mortales, leámosle con gozo y respeto, aplaudiendo una obra que sigue creciendo, y que es ejemplo de oficio, para el bien de nuestra literatura.