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El niño amor de Javier Iraheta

El niño amor de Javier Iraheta

Por: Álvaro Darío Lara

Si un mérito tiene este primer libro de Javier Iraheta (“Que los versos hablen por mí”, Dos Alas Editorial, El Salvador, 2021) es su absoluta franqueza. Una franqueza que es indispensable en el oficio de la escritura. Esa fidelidad del escritor, del artista a su más auténtico decir, sea éste de la propensión y naturaleza que sea.

No recuerdo dónde exactamente leí o escuché, cuando era muy joven, las palabras que siguen, seguramente fue en mis clases de literatura en la universidad, o en las largas conversaciones con poetas y amigos: “En el arte cabe todo, menos lo falso”.

Cuántos de nosotros hemos leído textos técnicamente acabados, pero vacíos, como formidables catedrales de palabras, pero donde no hubo corazón, ni emoción, sólo un frío intelecto que, a falta de nervios, recreó artificiosos laberintos que no conducen a ningún sitio. De esto abundan numerosos ejemplos en lo local y universal, si acaso, hoy en día, existe alguna diferencia entre esto.

Toda la razón asiste a la excepcional intuición poética de nuestro Serafín Quiteño, cuando define en dos maravillosos sonetos, el misterio de “la palabra que viste” y de “la que no viste”, jugando con la doble significación del “viste”, como expresión verbal que indica “ver” y “vestir”. Una que oculta, finge, engaña; y la otra que, de tan desnuda, “tú no viste”, parafraseando libremente al autor.

Javier es un alma sensible, muy sensible, de esa sensibilidad y sencillez de pájaro y de rosa. Lo que ha vivido en estos años de su adolescencia y juventud es nada menos que la llegada de ese misterioso visitante, que nunca se anuncia y que irrumpe de súbito para desarmar al más armado, para desatar el caos, para sumergirnos en una hasta entonces desconocida incertidumbre y sobresalto. Sí, “Éste es el niño Amor, éste es su abismo”, yendo a la profunda y sabia poesía de don Francisco de Quevedo: “Es hielo abrasador, es fuego helado, /es herida que duele y no se siente, /es un soñado bien, un mal presente, /es un breve descanso muy cansado” (Definición del amor).

No hay escapatoria posible, vano es el juicio, el intelecto, el consejo o el silencio de los amigos y parientes. El niño Amor ha llegado para quedarse, y así como una mañana se presentó, así también una mañana, tarde o temprano se irá, pero cuando él lo decida, no cuando nuestra moribunda voluntad lo quiera. Son los misterios insondables del amor, es la historia trágica y dulce de la vida.

Leyendo los versos de Javier, he recordado esas similares regiones, desde donde se alza, la fascinación, el embrujo, la total aniquilación de la fuerza sobrecogedora del niño Amor, ahora en la poesía de García Lorca: “Entre yeso y jazmines, tu mirada/ era un pálido ramo de simientes. /Yo busqué, para darte, por mi pecho/las letras de marfil que dicen siempre, / siempre, siempre: jardín de mi agonía, /tu cuerpo fugitivo para siempre, /la sangre de tus venas en mi boca, /tu boca ya sin luz para mi muerte” (Fragmento de “Gacela del amor imprevisto”, Diván del Tamarit).

En su poemario “Que los versos hablen por mí”, el autor nos revela sus confesiones más íntimas, su diario de joven, donde se goza y se duele ante el ser amado, que como una fantasmagoría aparece y desaparece, dejándolo desvanecido, ansioso por una plenitud que no llega. Son únicamente ráfagas, tiempos efímeros, que luego transmutará en sus escritos.

Para Javier la publicación de su libro ha sido de una urgencia extrema. Realizando esa catarsis (tan referida como función de la literatura, desde el tiempo de los griegos), Javier logra exorcizar esos demonios y fantasmas que lo han atormentado. Se deshace simbólicamente de ese fardo que ha pesado tanto; pero, sabedor que constituye un episodio de gran significación vital, busca eternizarlo, formalizarlo en un objeto que se quede para siempre, de ahí la importancia de su escritura y su lanzamiento a la luz pública.

A pesar que Javier Iraheta, aún no ha entrado en la total posesión del instrumental que perfila y autentica el lenguaje poético, su expresión, tan llena de atisbos literarios y hondura humana, revela una especial sensibilidad que, andando el tiempo, en la medida que depure y sea implacable con sus textos, podrá ofrecernos, seguramente, una obra más acabada ya que su voz es prometedora.

Javier Iraheta, salvadoreño, nació en 1990. Es profesor de Literatura y licenciado en Periodismo por la Universidad de El Salvador. Docente de educación básica y media, y editor de la Revista Culturel, un valioso esfuerzo de divulgación y análisis cultural y social, fundado y coordinado por un entusiasta equipo de jóvenes profesionales.

Texto publicado por Álvaro Darío Lara en junio de 2021, por motivo de la primera publicación literaria de Javier Iraheta.

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