
Historia de un joven lobo y de una joven emperatriz
Por: Álvaro Darío Lara
A mi amiga María Celia Rosales
Esta es la historia de un joven y atractivo lobo, dueño de un enérgico ímpetu, pero como suele suceder en los cuentos de hadas, aquejado por un temprano y oculto dolor. Además sediento de felicidad, es decir, de fama para el mundo, para ese mundo de reflectores en los que transitó exitosamente durante su vida.
Y también es la historia de una hermosa y joven emperatriz cinematográfica, de intenso sino trágico.
Ellos fueron el gran actor francés Alain Delon (1935-2024) y la actriz austro-alemana Romy Schneider (1938-1982), estrellas de la pantalla que iniciaron sus rutilantes carrereas fílmicas hacia finales de los años cincuenta. Carreras que se extendieron en las siguientes décadas.
Delon ha muerto recientemente. A lo largo de su extraordinaria trayectoria, nunca dejó de ser noticia en los medios, incluso estando ya retirado. El gran “enfant terrible” del cine francés tuvo una existencia marcada por la gloria artística y por el interés mediático de su vida privada.
Delon y Schneider se conocieron muy jóvenes en París y participaron en películas que son ya clásicas, de la misma manera encarnaron en la vida real un romance que transcurrió entre 1958 y 1963, y que finalizó, al parecer, por la infidelidad de Delon, quien la abandonó por quien se convertiría en su primera esposa Nathalie Delon. Una escueta nota, comunicaba a Romy la partida del galán, y posteriormente otras misivas explicaban, lo que nunca puede ser explicado, comprendido y aceptado.
Pasado un breve tiempo, la relación entre ellos se tornó en una genuina amistad, entrañable, que los unió hasta la muerte prematura de Schneider.

Luego de atravesar el suicidio de su ex marido y la muerte horrorosa de su hijo, en un accidente, la actriz quedó destrozada. Nunca pudo superarlo, y aún se especula sobre un posible suicidio como causa de su deceso.
El noviazgo entre Delon y Schneider acaparó durante esos años la atención de la prensa dedicada a los espectáculos. Las revistas y periódicos seguían de cerca, con toda clase de historias, el desarrollo de la relación entre los grandes ídolos del cine europeo.
En 1959, casi al inicio de sus amoríos, la pareja se comprometió con todas las formalidades; sin embargo, nunca llegaron a casarse.
Finalmente, Romy jamás pudo recuperarse de las tragedias que asolaron su vida, y Delon terminó sus días sin un vínculo amoroso identificable, a pesar de haber sostenido dos matrimonios, dos parejas estables, y numerosísimos romances. Muchas veces declaró a la prensa que sus grandes amores habían sido sus hijos y sus perros. Por otra parte, el actor fue, en ocasiones, señalado por aspectos de su conducta inapropiada hacia las mujeres, por sus negocios; y, sobre todo, por sus francas declaraciones sobre temas que con el tiempo se volvieron polémicos.
Tanto Delon como Schneider protagonizaron films que, como decíamos, son ya clásicos del cine de todos los tiempos. Schneider será recordada siempre por su juvenil papel como la emperatriz Sissi, en el conjunto de películas bajo esta temática.
Delon alcanzó la inmortalidad, en nuestra apreciación, con filmes como: “A pleno sol” (1959) y «¿Arde París?» (1966) dirigidas por René Clément; “Rocco y sus hermanos” (1960), y “El gatopardo” (1963) dirigidas por Luchino Visconti; “El eclipse” (1962), dirigida por Michelangelo Antonioni; “El silencio de un hombre” (1967), dirigida por Jean Pierre Melvlle; y “La piscina”, bajo la dirección de Jacques Deray (1969).
Mucho tiene el amor quizás de cinematográfico, de artístico, de surrealista, en realidad su naturaleza profundamente subjetiva, lo hace tan fugaz como perdurable y verdadero. Sólo así se entiende este magnífico retrato de Delon hecho por Scheneider. Aquí el objeto del afecto no sólo es develado, sino que, devela, ante todo, al autor, en este caso, a la desolada actriz.
El texto es un escrito maravilloso de agudeza psicológica y de profundo dolor lírico. Veamos: “Lo amaba porque no se hizo nada por ello./Porque se estaba burlando de ser sexy conmigo./Porque hacer un esfuerzo para complacer al mundo no parecía parte de su voluntad./Porque tenía algo triste escondido profundamente en su alma./Debe haber nacido así también, con esa nostalgia pegada a las muñecas./ Me gustaba porque sus ojos lo observaban todo sin que nada se retenga./ Porque apestaba a libertad./Porque era un prisionero./Porque en sus labios había un poco de amargura y mucha ternura, /un amor que lloraba y un antojo de pasión./ Porque hablaba poco./Porque cuando habló, yo quería escuchar./Estaba desnudo, incluso vestido./Modesto de su cuerpo y alma./Mirando de cerca, inmediatamente sospeché que no se amaba demasiado a sí mismo./Me gustaba en su lugar./Tenía espacio en mi corazón./Había, en la parte trasera de su mirada, una vieja cosa perdida, demacrado./Quería ayudarlo a encontrarlo./Ni siquiera sonrió./Brillante, sin embargo./Me hizo reír sin siquiera intentarlo./No creo que la gente graciosa me haya divertido tanto./Me hizo querer gritar de la risa porque se reía de sí mismo riéndose de lo que había a su alrededor./Me gustaba porque era falsamente desprendido, frágil, sensible, agresivo y sin blanco./Porque lo estaba escondiendo./Me gustó porque nadie se lo esperaba./Y lo escribí./Olvidar. Pero nunca lo logré”.
Por su parte Delon, escribe a la muerte de Rommy, este texto, del cual citamos un fragmento: «Te estoy viendo dormir. Estoy sentado a tu lado y creo que eres hermosa, y tal vez nunca lo has sido. Por primera vez en mi vida, y la tuya, te veo serena, en paz. Eres tranquila, eres hermosa. Parece que una mano te borró todo el dolor de la cara. Estoy pensando en ti, yo, nosotros. Una pregunta similar se hace a las mujeres que se amaban. y todavía nos amamos. Llegaste al aeropuerto de París con un ramo de flores que no sabía sostener. Me he enamorado de ti. Y te enamoraste de mí, Dios, como si fuéramos jóvenes. Entonces nuestras vidas, que solo nos pertenecían, nos separaron. Te miro una y otra vez. Quiero comerte los ojos. He estado aquí, he aprendido algo de alemán. Te amo, te amo, mi adiós más largo, no vengo a la iglesia ni al cementerio. Vendré a visitarte al día siguiente y estaremos solos”.
Tiene mucho de enigmático el amor. De sublime y de cruel. De fragante y de agrio. De pasado y presente. En definitiva de tiempo. Un tiempo efímero y eterno, como la sobrenatural poesía de siempre. Un ramo de rosas lanzado al Sena por la memoria del joven lobo y de la joven emperatriz. La corriente se encargará de arrastrarlo hacia el atardecer, bajo todos los puentes de nuestro viejo y querido París.
