El rostro entre las hojas


Autor: Mario Avalos | El Salvador | Cuento
Era la primera vez desde que tenía uso de conciencia propia que íbamos a las afueras de la ciudad a visitar a mis tíos, el hermano mayor de mi padre y su esposa, bueno, ya casi exesposa. Recuerdo que mis padres hablaban en el auto que ellos iban a separarse por algo serio. Yo estaba más concentrado en el paisaje de la ventana, siempre me ha gustado ir sentado al lado de la ventana. Ya habíamos ido anteriormente, pero era muy pequeño, no tenía recuerdo alguno de esas veces. Mi hermano mayor tampoco estaba animado, aunque él describía el lugar muy lúgubre.
Por la forma en que mi padre se expresaba de mi tío, se escuchaba como alguien de carácter fuerte, que imponía respeto, hecho a la antigua. Y lo decía alguien como mi padre que también tenía la mano pesada y de más de 1.80 de estatura. Mi madre por su parte, solo hacía comentarios siempre que mi padre hablaba, pero eran comentarios con un tono de preocupación serio.
Llegamos al lugar, la casa era más grande que la nuestra, pero más antigua. El ambiente no me pareció lúgubre, pero sí aburrido. Las casas tenían una distancia considerable entre sí, probablemente debían de tener un patio muy grande. Lo primero que divisé cuando mi tía abrió la puerta fue que, a pesar de ser una casa grande, tenía pocos muebles. No había alguna televisión a la vista, y pensar que pasaríamos allí todo el fin de semana. Mi padre y mi tío se saludaron de forma fría pero respetable.
—¡Ya es hora de la cena! —avisó mi tía —¡Vengan todos a comer! ¡Espero les guste el estofado!
Nos sentamos todos en la mesa, lo primero que observé es que mi primo, quien se supone ya era mayor de edad, no estaba por ningún lado.
—¿En dónde está Efraín? —preguntó mi madre por mi primo, viendo a su izquierda y luego a su derecha.
—Ese bastardo ya cumplió su ciclo en esta casa. Ya era hora que sirviera para algo más que solo respirar aire. Ya no está por aquí, y su partida fue beneficiosa para todos.
Dentro de la casa, se sentía como las brisas entraban, se sentía algo fresco, típico del clima de otoño quizá. Pero, observaba y no miraba alguna ventana abierta, tampoco miraba algún hueco en el techo o las paredes.
—¿Cuántos años tienen ya, muchachos? —nos preguntó mi tía.
—Ya tengo quince años, casi dieciséis —dijo mi hermano mientras se llenaba la boca con el puré de papas.
—Yo tengo doce —respondí sin disimular que estaba observando a todos lados. Tratando de identificar de donde venía esa brisa de viento.
Hubo otra pausa silenciosa. Observé a mi tía. No parecía ser una mujer que sufriera maltrato alguno, y se le miraba normal conviviendo con alguien con quien estaba a punto de separarse. Hasta podría pensarse que era mejor matrimonio que el de mis padres.
—Lorenzo, tenemos que hablar —se dirigió a mi padre con voz autoritaria mi tío.
—Soy todo oídos, adelante —respondió mi padre sin mirarlo a la cara.
—Como han de saber, yo y Celia nos vamos a separar. Por ende, cada quien hará una nueva vida como se le antoje. Yo por mi parte, me iré del país. Así que he decidido que te quedes con esta casa, la herencia de nuestro padre.
—¿Es en serio, Iván?—preguntó con sorpresa mi padre, poniendo los cubiertos sobre la mesa.
—Es en serio, por eso les dije que pasaran aquí un fin de semana. Para que se familiaricen con el lugar. Nosotros ya no tendremos nada qué hacer por aquí pronto. No tenemos recuerdos alegres de este lugar para aferrarnos a ellos.
Pasaron unos minutos luego de cenar. Yo y mi hermano inspeccionamos el lugar, disimuladamente. Ya no éramos niños pequeños para fingir que jugábamos para hacerlo a profundidad, pero los adultos seguían en la mesa hablando seriamente. Debo de admitir, muy en el fondo, quería encontrar algún pasadizo secreto, un ático o un sótano misterioso como los que se ven en las películas de detectives o de terror. Pero nada de eso. La brisa era más fuerte cerca del patio, pero supuse que eso era normal.
Cayó la noche. La casa tenía habitaciones suficientes para todos, aunque mi hermano y yo tuvimos que compartir una, puesto que mis tíos no quisieron que nadie, mucho menos nosotros, durmiéramos en la habitación de Efraín. Lo bueno fue que había dos camas para cada uno. Mi hermano se mostró incómodo con la idea, siempre le ha gustado su privacidad. A mí también me gusta, pero no me pongo agresivo si tratan de entrar a mi habitación como él.
Nos fuimos todos a dormir a las 9:30 pm. La brisa se sentía aún, pero estaba bien acobijado. Me había quedado dormido rápido, pero me desperté porque escuchaba unos susurros y unos ruidos que rechinaban al otro lado de la habitación. Cuando uno siente miedo mientras se duerme en la oscuridad de la noche, el reflejo por naturaleza es taparse completamente y no moverse. Tampoco esperaba que hubiera fantasmas por ahí. Pero el rechinido se escuchaba más fuerte, pensé en mi hermano. Escuché los susurros con cuidado. Hubiera querido no haberlo hecho, me dio náuseas mezclada con una risa ahogada lo que escuchaba.
—“¡Ay, tía Celia!” “¡Ay, qué rico te has de mover!” “¡Pronto quedarás libre y ojalá fuera para mí todo eso!” “¡Hazme venir, mierda!”
El pendejo de mi hermano se estaba masturbando mientras pensaba en la tía Celia. Supuse que era normal que lo hiciera, pero me incomodaba escuchar que lo hiciera prácticamente frente a mis narices. Pensé en un momento en la tía Celia, siendo sincero, sí era bastante atractiva. Era más joven que mi tío y que mis padres, siempre vestía en blusa y falda, pelo castaño, una sonrisa blanca en su pequeña boquita, caderas amplias en un cuerpo fino. Parecía una muñeca. Hasta yo tuve una leve erección mientas la pensaba. Pero yo no estaba tan loco para hacer eso. Hice un bostezo enorme y me levanté de a poco para advertirle a mi hermano que se cubriera.
—¿Qué haces, pendejo?
—Tengo ganas de ir a cagar. Ya vuelvo —mentí para salir de la habitación y no escuchar más que se masturbaba.
Me dirigí al baño, estaba cerca de la puerta que daba al patio. Solo oriné. Salí del baño y noté que venía un poco de luz desde el patio. Supuse que algún foco había quedado encendido, pero era los interruptores estaban apagados por lo que observé. Aún no habíamos visto el patio, pero desde que vimos la casa nos dimos cuenta que debía de ser un patio extenso.
Dicen por ahí que la curiosidad mató al gato, pero más que curiosidad, era responsabilidad de apagar lo que hacía luz desde el exterior. La puerta no era tan difícil de abrir por lo que observé. Las llaves estaban a un lado y no lo pensé dos veces. Abrí la puerta y al ver hacía donde la vista me daba, me sorprendí de dos cosas que me dejaron helado…
No era un patio en sí, era como una profundidad de plantas y árboles que parecían una especie de selva profunda, pero sé que tenía fin, porque a los lados había una cerca alambres. Me fijé poco en eso. Mi mirada se centró en lo que había a metros de mí, poco más allá de la parte de concreto donde estaban la hamaca y demás para descansar. Observaba dos figuras humanoides de luz, como si las viera por rayos láser. Eran figuras de color amarillo chillante, eran los que irradiaban la luz. Sus cuerpos parecían tener ondulaciones, como si temblaran; tenían dos huevos negros en los ojos y en su cabeza, tenían tres elevaciones con punta redonda, parecido a una corona. En ese momento, si no tenía ganas de cagar, me habían dado por lo que veía. Creí que era alguna ilusión, que la comida me había caído mal. Pero estaban ahí, observándolos y ellos a mí.
Pasé observándolos menos de un minuto, en eso, las dos figuras se perdieron en lo profundo de la vegetación. Todo había quedado oscuro. No grité. Mi primera reacción fue encender la luz de ese patio. Así lo hice, cosa que resultó peor. Si lo que había visto fue sorprendente y aterrador, lo siguiente casi me pone a llorar. En medio de la vegetación y a luz del foco. Unas hojas de dos árboles grandes que se cruzaban sus ramas, formaban un rostro muy macabro. Dos huecos que formaban sus ojos y uno que formaba una risa demoníaca, parecida a las que le diseñan a las calabazas en Halloween. Era el rostro del diablo. Era lo peor que podrías ver en una noche. Yo estaba petrificado del miedo y no podía moverme más allá de temblar un poco, eso y querer gritar como nunca. El viento soplaba fuerte y venía de ese lugar, eso hacía que el rostro se moviera y que pareciera que me estaba haciendo muecas, como burlándose de mí.
No sentí como, pero me había quedado dormido. Desperté al más fuerte rayo de sol que me iluminó. Miré hacia la vegetación y pude ver que tan profunda era, pero el rostro ya no estaba. Las hojas ya no formaban aquella figura satánica. Pensé que todo había sido una alucinación. Tampoco había rastros de los seres de luz. En un acto de coraje, me dirigí hacia las hojas y comencé a arrancar varias de ellas de las ramas de esos árboles. Esa rostro no podía aparecer nunca más si esa iba a ser la casa en donde íbamos a vivir. Pensé también que así haría que ya no aparezcan aquellas figuras brillantes de nuevo. Cerré la puerta y volví a la cama e intentar asimilar todo.
El día transcurrió normal. No había mucho en qué entretenerse, pero me las ingeniaba con algo. No quería acercarme al lugar. Me sorprendía que la puerta del cuarto de Efraín estuviera más asegurada que las demás, incluyendo la del patio. Miraba como mi hermano no apartaba su vista de tía Celia. Se moría por tocarle un pelo. Solo pensé si Efraín hacía lo mismo cuando miraba a nuestra madre. De hecho, pensé mucho en el primo Efraín y en su ausencia.
Llegó la noche de nuevo. Estuve acostado mucho tiempo, pero no podía dormir. La brisa y el frío estaban más fuerte que nunca. Mi hermano se durmió pronto. Al menos no se repetiría la escena grotesca de anoche. La curiosidad casi mata a este gato, pero aún me quedaban seis vidas intactas.
Me dirigí a la misma hora que anoche hacia el patio. Mi primera sorpresa fue que no había luz viniendo desde afuera. Dudé mucho en abrir la puerta, pero al final, tenía que hacer. Encendí la luz mientras tenía los ojos cerrados. Pero al abrirlos de a poco, vi el escenario más escalofriante que pude haber presenciado… El rostro entre las hojas no solo seguía ahí, sino que tenía ahora una apariencia más aterradora. Mis piernas sucumbieron ante tal imagen sacada del mismo infierno. Estaba seguro que había acabado con ese rostro, pero estaba ahí, burlándose de mí con un rostro más aterrador que antes. Lo peor de todo, fue una sombra que se distinguía a lo lejos. Parecía ser la sombra de una persona colgada de una de las ramas. Eso me hizo gritar a todo pulmón. Todos se levantaron a ver lo que pasaba. Yo temblaba y sollozaba por lo que veía.
—¡¡¡¿Pero qué mierda pasa?!!! —gritó mi tío.
—¡¡¡Ahí está!!! ¡¡¡Ahí está!!! ¡¡¡Es el rostro!!! ¡¡¡Es el rostro!!! —gritaba desconsolado.
—¡¿Qué rostro, hijo!? ¡¿Qué pasa?! —decía mi madre, mientras todos miraban y no distinguían nada.
—¡Es… es… es Efraín! —dijo mi hermano mientras señalaba las ramas —. Esa sombra que se ve… es Efraín.
—¡¡¡Tus hijos están locos, Lorenzo!!! ¡¡¡Sácalos de aquí!!! —dijo de manera furiosa mi tío.
Había confusión en el aire. Solo yo era capaz de ver el rostro demoníaco, mientras mi hermano juraba que la sombra que se distinguía era Efraín. Todo era gritos por donde sea. Cuando desde lo profundo, aparecieron las dos figuras de luz que se acercaron a la sombra. No daban crédito mis ojos de nuevo, pero esta vez todos lo veían.
—¡Han venido por él, Iván! —decía sollozando mi tía Celia —¡Han venido por Efraín.
—¡¿Pero qué está pasando?! —intervino mi padre.
—¡Efraín ya no está con nosotros!… ¡Efraín se suicidó hace un mes! —lloraba mi tía —¡Todo fue por tu maltrato, Iván! ¡Es por eso que quiero alejarme de todo y de ti! ¡Tú mataste a nuestro hijo!
Fue un impacto escuchar eso. Ambos querían escapar del recuerdo de Efraín. Y ver a esas figuras de luz contraponerse ante el rostro diabólico, era como ver al Cielo y al infierno reclamar el alma de Efraín. Ya no está con nosotros y aún así, no tiene descanso. El rostro se tornaba más tétrico. Yo solo me desmayé…
Desperté a los días siguientes. Estaba en mi cama. Mi madre me explicó que no recuerdan mucho de esa noche. Mi tío al parecer sufrió un infarto y mi tía tuvo un colapso mental. Fue internada. Solo me dijo que no iríamos a esa casa de nuevo. Sería vendida o hasta demolida si era necesario, pero que nunca nos acercaríamos de nuevo por ahí.
Hasta el día de hoy, todos y en especial yo, tengo recuerdos nublados de lo que pasó. No se lo comento a nadie. Nadie me creería. Mi esposa me cree a medias cuando le cuento sobre esto. Pero es mejor que no lo haga. No quiero recordar las figuras de luz, mucho menos el rostro diabólico en las hojas.
Estudiante de Licenciatura en Lenguaje y Literatura en la Universidad de El Salvador (Santa Ana), escritor y poeta.