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Propina de despedida

Propina de despedida
maquina de escribir
Fotografía con fines ilustrativos. Foto| Peter Pryharski on Unsplash

Autor: Santiago Garcés Moncada |Colombia | Cuento

A veces pienso que cometí un error al firmar el contrato. Eran las ocho y media y el papel en la máquina de escribir seguía en blanco, aunque habían pasado casi dos horas desde que lo ajusté en el rodillo de la vieja máquina de mi padre, seguía sin apretar ni una tecla, el sol llevaba casi un mes tras las cortinas al acecho de mi cuarto y el desorden se acumulaba en las esquinas, estaba acostumbrado a escribir en ella, mi padre me había enseñado la gramática con la tinta de sus sellos y la prefería aunque tuviera el computador portátil en la maleta. Sobre la mesa y entre el desorden, el celular puesto en silencio vibraba un grito mudo, no quería contestar, de seguro era Isabel, la jefa de la editorial que de alguna forma había adoptado mi escritura y mi futura fama en las letras como proyecto personal en su carrera, no sé cuántas veces me había llamado ya esta semana para recordarme que me quedaba solo un mes para mandar el manuscrito del libro o quedaba fuera, nunca encontraba las palabras para decirle que no tenía ni una línea escrita y apenas me limitaba a decirle: “No te preocupes cariño, para fin de mes sin falta…”, desde que le di confianza se había vuelto más intensa que antes, pero no podía quejarme, le debía todo lo que había logrado en los últimos meses a su esfuerzo y fe en mí, por otro lado, el problema que me agobiaba ahora era solamente mío, tenía que hacer algo para cumplir con el libro o sería el final de mi carrera, fue una suerte que ella se fijara en mis escritos y le hablara de mí al dueño de la editorial tras conocer por casualidad el cuento que publiqué en la revista de un amigo, pero jamás pensé que tuviera que vivir algo tan aterrador para poder cumplir con lo pactado.

Tomé el celular de la mesa y lo apagué sin contestar, no quería más presiones ni sermones, fui a prepararme el desayuno, llevaba tantos días sin salir que casi no había comida en el refrigerador, recalenté la pizza que quedaba de ayer y miré a mi alrededor mientras giraba la rebanada, luego de dos minutos el reflejo en el cristal del microondas tras apagarse la luz dejaba ver mi cabellera alborotada y mi barba irregular, sentía los ojos pesados, tantas horas frente al papel en blanco habían sido en vano, estaba muy agotado, el cesto de la basura estaba lleno de hojas arrugadas, me sentía atontado, perdido entre pensamientos que olvidaba con la misma velocidad que llegaban a mi mente, lo poco que soñaba lo perdía al despertar, la memoria me fallaba, el estrés se había convertido en un velo que cegaba mi juicio, buscaba cosas que ya tenía en las manos y estaba totalmente desconcentrado, pero no podía salir, había aprendido que a la hora de escribir un libro era mejor estar encerrado con tus propias ideas para no dejarlas escapar.

Decidí tomar una siesta, la madrugada se había vuelto un mar de insomnio por culpa de la preocupación, un azote de malas ideas llegaban a mí para hacerme perder el tiempo tratando de darle forma a sus alas antes de verlas hundirse en un cesto de olvido y frustración sin poder alzar el vuelo, la alarma sonaba y la motivación del primer día aparecía diciéndome que ahora sí iba a escribir la historia que quería, pero cada mañana volvía a pasar lo mismo que había sucedido al tratar de escribir algo en los últimos seis meses, nada.

No había dormido bien en varios días, terminé mi pizza y miré el papel, al final no se me ocurrió ninguna línea, traté de poner algo de música en la radio y me recosté escuchando un jazz instrumental en FM, mis párpados se dejaron llevar por el leve ritmo del saxofón hasta cerrarse, y entonces sucedió lo inesperado.

Al abrirlos pude ver que ya no estaba sobre mi cama, estaba en el más asombroso y hermoso de los lugares que habían visto y que verían alguna vez mis pupilas, seres extraños y hermosos revoloteaban por el cielo y se escabullían por el agua y entre la tierra, castillos y murallas se levantaban a lo lejos, y un mundo totalmente nuevo se dibujaba en mi retina como inicio de una gran historia, caminé por el lugar, seguí una ruta de barro hasta un pueblo cuyas casas comenzaban a divisarse a lo lejos, la tarde caía y tras las nubes varias lunas se reflejaban entre las llamas de un atardecer, había caminado largo rato y entré al primer bar que encontré para tomar algo, todos me miraron, comparado con ellos podía considerarme un forastero, la ropa que usaba no era mía, pero era lo que traía puesto al despertar, unas extrañas monedas de cobre que hallé en el pantalón fueron lo que usé para pagar el trago que pedí, un anciano sentado en una mesa me veía, el lugar comenzó a vaciarse, como si mi presencia les incomodara, el anciano me habló diciendo: —Veo que no eres de por aquí, amigo, ¿qué hace un forastero como tú en este lugar?—, me invitó a sentarme con un gesto de la mano, le dije que era escritor y que buscaba inspiración para escribir un libro, le pregunté por el nombre de la ciudad y mis ojos destellaban curiosidad como un niño al que le leen un cuento de dragones o fantasmas. —Veo que te intriga la historia de este mundo, soy viejo y no me creerás, pero he sobrevivido a incontables batallas, la paz que ves ahora no ha estado siempre, yo he vivido muchos de los sucesos importantes de estas tierras, recuerdo cada nombre y cada guerra, cada canción y oración que se ha creado y podría contártelas con gusto, pero no se puede hablar tanto con la boca seca—, sonrió moviendo el vaso vacío, —si pagas mis tragos te contaré todo lo que sé—. Pedí al cantinero una botella, no sabía si tendría todo el dinero para pagarla, pero el cantinero no me la cobró de inmediato, aquellas historias serían mi salvación, la forma de hablar del viejo y lo interesante de aquel mundo que había maravillado mi mente en tan poco tiempo serían el material para escribir la obra maestra que buscaba desde hace meses, pero en el momento en que serví el primer trago, un fuerte ruido de campanas aturdió mis sentidos y caí al suelo desmayado, al abrir los ojos estaba en mi cama, la cortina seguía cerrada, el timbre de la puerta taladraba mi cabeza con su tintinear y al pensar en lo soñado no recordaba nada, apenas venían a mi mente las palabras «salvación», «obra» y «maestra».

Me levanté iracundo y desesperado, tras la puerta Isabel esperaba de brazos cruzados, entró antes de que pudiera decirle algo. —Vuélveme a apagar el celular y terminaré golpeándote en la cara con los trozos de tu contrato. Supongo que no querrás ir a la cárcel por no tener con qué pagarme los diez mil dólares del adelanto, ¿o sí?—, parecía mi madre o una amante caprichosa, entró a mi habitación y abrió las ventanas sin preguntar, el sol devoró en un instante todas las sombras, dejando ver el desastre en que se había convertido mi lugar de trabajo. —Estás mal Chris, mira el desorden en el que te encuentras. —¿Qué haces aquí?—, dije enojado. —¿Así tratas a la única persona que todavía tiene fe en ti?, me partes el corazón, querido, no sabes lo que tuve que hacer para que el presidente de la editorial te diera prioridad por tantos meses sin leer una sola línea, si no fuera porque me gustó tu cuento y te brindé mi amistad seguirías viviendo en la casa de la bruja de tu abuela. —Perdóname preciosa, tienes toda la razón—, en estos últimos seis meses había conocido a esta mujer más de lo que conocí a mi propia madre, aunque era mayor que yo tenía un cuerpo que hacía fantasear a cualquier hombre y a ella le gustaba presumir de sus encantos, el decirle preciosa nunca me había fallado a la hora de calmar su mal humor. —Déjame preguntar de nuevo, ¿por qué has venido a honrar con tu presencia la morada de este vago que tienes por amigo? —Eso está mucho mejor—, dijo sonriendo, —vine para ver lo que llevas del manuscrito, el jefe está acosándome para que le muestre resultados y he tenido que hacer de todo para darte más tiempo, de verdad que tienes solo hasta fin de mes para terminarlo, ¿dónde está lo que llevas? Quiero verlo. —Ay Isabel, cariño, te tengo buenas y malas noticias, la buena es que ya terminé el borrador del libro y solo falta ajustar detalles, la mala es que has llegado un poco tarde, no más ayer lo llevé donde un viejo amigo para que lo leyera y me diera sus recomendaciones, sabes que siempre es bueno recibir la opinión de alguien experto en el tema. —No puedo creer lo que me dices…—, me dijo con una mirada acusadora y llena de rabia, mi corazón se aceleró horriblemente por aquellas palabras, mi mentira no había sido lo suficientemente convincente para que me creyera, estuve a punto de confesarle que no había escrito ni una línea que valiera la pena cuando continuó: —No puedo creer que se lo hayas enviado a otra persona y no me hayas escogido a mí, ¿es que no consideras que mi opinión sea la mejor?, ¿sabes qué?, de verdad me duele, lo mejor es que me vaya, no te llamaré más, solo espero que lo hayas dejado en buenas manos, no me falles—, me dio un beso en la mejilla y abrió la puerta. —Cuídate, preciosa. —Para fin de mes sin falta, ¿me oyes?, cuídate tú también, cariño—, me guiñó el ojo y se marchó.

Estaba tan mal que por aquellos instantes había olvidado por completo el sueño, esas tres palabras se clavaron en mi cabeza y me sumieron rápidamente en la desesperación, traté de dormir de nuevo pero ya no era capaz, el miedo invadió mi mente y aquel velo de preocupación se hizo más grueso y terminó de cegarme, dejándome en tinieblas, cuando por fin volví a dormirme solo podía soñar con caminos de sombras que daban a puertas inalcanzables que estaba seguro de que me llevarían de vuelta a aquel lugar, pero siempre me despertaba sudando frío sin llegar nunca, en la mañana me desperté muy frustrado sin poder recordar nada, quité la máquina de escribir y puse en su lugar el computador, busqué en internet “¿Cómo recuperar un sueño olvidado?”, y empecé a investigar, a anotar todos los métodos que encontraba, la obsesión por encontrar la forma de recordar aquel sueño había crecido con el paso de las horas, pasé cientos de páginas en el ordenador, todas se parecían, decían casi lo mismo, hasta que encontré el blog de un psicólogo que hacía sesiones de hipnosis y había logrado resolver los problemas de todos sus clientes, insomnio, traumas y problemas alimenticios, bajé entre los comentarios y todos hablaban maravillas de sus resultados, pero fue el comentario de una mujer el que me hizo pensar que quizás este hombre podría ayudarme, ella mencionaba la forma en que él la había hecho recordar todos sus sueños, ya que había perdido la capacidad de soñar a causa de un trauma. Anoté su número de teléfono al final de la lista y apagué el computador.

Lo primero que hice fue pedir otra pizza, quizás el sabor me haría recordar aquel sueño, pero no fue así, tan solo consumí otros quince dólares de mis escasos ahorros, taché la idea en la lista y continué, salí de mi apartamento y apreté el timbre durante más de media hora, creí que iba a quemarse, pero seguí apretándolo hasta que su tintinear me provocó un dolor de cabeza infernal, taché la idea y seguí, el dolor de cabeza me obligó a tumbarme en la cama, así que empecé a decir repetidamente «obra maestra, salvación, obra maestra, salvación…» hasta quedarme dormido, pero de nada había servido, al despertar solo recordaba la palabra frustración, taché y seguí, bajé a desayunar, usé la misma ropa y comí lo mismo que aquel día, me la pasé en internet buscando aquella canción de jazz instrumental, pero no la encontré, tuve que llamar a la emisora para pedirla, fue sencillo, solo tuve que dar la hora en que sonó, ya que sus instrumentales duraban hasta una hora sonando, la canción comenzó y me tumbé de nuevo, las cortinas cerradas, mi mirada al techo y el mismo jazz de fondo, pero no me dormía, busqué la canción en internet y seguí escuchándola hasta el amanecer, taché en la lista y la observé, me quedaban pocos métodos, traté de pensar en aquel sueño todo el día pero de nada sirvió, lo último en la lista antes del número era ignorar la idea hasta hacerla regresar sin buscarla, me afeité, me di una larga ducha, y fui a cortarme el cabello, lavé la cocina y saqué la basura, ordené mi cuarto y abrí las ventanas, gasté mi día organizando mi vida, pero al terminar y volver a pensar en el sueño solo se me venían a la mente «obra maestra, salvación y frustración», ya había perdido cuatro días y no podía permitirme perder más tiempo, así que decidí llamar al hombre cuyo número figuraba al final de la lista, llamé al señor Frederick D. y me contestó directamente. —Buen día, habla con Frederick Drakewort, ¿con quién tengo el gusto?—, lo saludé y le comenté todo mi caso y me dijo que podía ayudarme con mucha facilidad, los sueños habían sido parte de su especialización en psicología, me separó una cita al día siguiente, fue una suerte que el servicio incluyera el transporte, le di mi dirección y mi celular y tras despedirme me fui a dormir sintiendo una paz que no había tenido en meses.

Todo estaba listo, empaqué mi máquina de escribir, tinta y papel, a las cinco de la tarde recibí una llamada del conductor, ya estaba afuera, una camioneta negra me esperaba, los cristales eran algo oscuros pero aun así se podía ver el interior, el hombre recibió mi maleta y la puso en la cajuela con cuidado, al montarme me di cuenta de la profunda oscuridad en que estaría, tuve algo de miedo, los vidrios estaban totalmente polarizados desde adentro y no se podía ver nada hacia afuera, el carro arrancó y selló las puertas, una barrera de plástico me impedía ver al chofer, aunque podía hablarle, me dijo que aquello era a causa de una rara alergia al sol que tenía el doctor D. en la piel, la cual le producía picazón, sarpullidos e incluso llagas, traté de hablar más con él pero no me respondió nada más, condujo por más de dos horas y yo solo podía pensar en el momento en que tuviese aquel sueño pasado al papel.

Al caer la noche llegamos al sitio, el auto empezó a subir en espiral por un lugar empinado, supuse que era el estacionamiento de vehículos, el chofer bajó del auto y me abrió la puerta, respiré aliviado, me entregó la maleta y me condujo al ascensor que quedaba en aquel mismo parqueadero, me marcó el quinto piso y me dijo que le preguntara a la recepcionista por el doctor.

Me monté en el ascensor y vi que el chofer se fumaba un cigarrillo, me aseguraría de pedirle uno antes de regresarme a casa, llegué rápidamente al quinto piso, una mujer rubia de mirada hermosa me condujo hasta la oficina del doctor Frederick, me parecía extraño que un psicólogo trabajara hasta tan tarde, pero dado su enfermedad era de entenderse que su vida se desarrollase tras caer el sol.

—Bienvenido, señor Christopher, lo esperaba con ansias, ¿cómo ha estado el viaje? —Para ser sincero con usted, ha estado algo aburrido la verdad, su chofer es un hombre de pocas palabras y el paisaje deja mucho que desear—, dije en broma, el doctor sonrió y me respondió: —Disculpe su frialdad, si lo conociera con algunas cervezas encima podría ver lo conversador que es, pero bueno, no estamos aquí para hablar de fiestas, aunque si me lo permite, puedo ofrecerle un trago—, asentí y se levantó, fue hasta la licorera que estaba sobre la chimenea tras de mí, miré detenidamente la pared, se notaba que el doctor era viejo, tenía un título de medicina general, un título de cirujano general y otro de neurocirujano, uno de psicología y varias especializaciones en el área, entre ellas un certificado de “Hipnosis para descender al ello” que me dejó pensando.

—Como puede ver he tenido una larga carrera, pero lo que siempre me ha fascinado más ha sido el cerebro, esa masa gris que es capaz de producir pensamientos y memorias, de crear mundos inconscientes que llamamos sueños, que casi siempre se pierden al despertar como ha pasado en su caso, pero no se preocupe, he dedicado mi vida a dominar el inconsciente de la mente humana y traeré de nuevo aquel sueño que tanto anhela. Como puede observar no soy tan joven, ahora mismo estoy tratando de recoger algo de dinero para pasar mi vejez sin preocupaciones, así que entenderá que es costumbre mía cobrar por adelantado. —Temo que no será posible eso, doctor, hasta ahora nada me ha funcionado y he decidido que hasta no ver resultados no soltaré ni un centavo, pero no se preocupe, le daré una propina aparte de lo que me pida si consigue escribir todo lo que diga en esta máquina. —Qué interesante sujeto resultó ser usted, joven Christopher, pero está bien, acepto que me pague al final si la recompensa será mayor a la esperada, pero déjeme decirle que el precio por su sueño será alto, firme este contrato para dejar claro su servicio y luego recuéstese en aquel sillón para que podamos empezar—, leí brevemente y firmé, me tomé el trago de whisky de un solo sorbo, pero este estaba más fuerte de lo que recordaba, su sabor amargo debía de provenir de los muchos años de añejamiento, de seguro era un whisky costoso. El doctor llamó a su asistente, la chica rubia entró y recibió las instrucciones de escribir todo lo que yo dijera en el tiempo que estuviese con ellos.

Lo primero que hizo fue preguntarme por lo poco que recordaba de mi sueño, dije que solo recordaba las palabras «salvación», «obra» y «maestra», la mujer tecleaba todo lo que decía. El doctor se acercó a mí y su tono de voz se hizo muy grave y lento, comenzó a mover frente a mí un reloj dorado de bolsillo que oscilaba como un péndulo frente a mis ojos, el doctor dijo que comenzaría una cuenta regresiva, me había dado un fuerte mareo desde que el doctor comenzó a mover el reloj, comenzó a contar desde diez y a cada número que decía mi cuerpo se iba desconectando, cuando llegó a uno chasqueó los dedos y eso es lo último que recuerdo.

Cuando abrí los ojos me encontré de nuevo en el lugar donde me había despertado en aquel sueño, todo lo que había vivido ahí regresó a mi memoria de golpe, empecé a describir cada detalle que veía, la forma de cada hoja y de cada ser, el sonido del viento, la textura del pasto, el color de mi ropa, el peso de las monedas, todo. Corrí hacia la taberna describiendo todo a mi paso, entré al bar y pedí un trago, el mesero lo sirvió y la gente se comenzó a ir, pero aquello ya me lo esperaba, el anciano me invitó y ofrecí pagarle los tragos si me contaba todas las historias de ese mundo que pudiera poner en un libro, el anciano se rio, y se tomó el primer trago de la botella que pedí, comenzó a narrar una a una las guerras que se habían vivido durante los últimos quinientos años, me contó lo que sabía de las que le tocaron a su abuelo, a su padre y las que él mismo luchó, tenía en ese momento ciento ochenta años, y me dijo que su padre había muerto de doscientos diez años, me contó cada batalla, cada acción honrosa y deshonrosa, cada traición y cada nombre, cada amorío y cada muerte que recordaba, narrándome la historia de su vida con total detalle, y mientras él hablaba las teclas de la máquina se escuchaban de fondo todo el tiempo, había hablado durante muchas horas y se había terminado casi seis botellas. Al terminar dio las gracias y se fue tambaleando, el bar estaba vacío, era de madrugada y me acerqué a la barra, saqué todas las monedas que tenía, las puse sobre la madera y dije: —Guarda el cambio—, comencé a caminar. —¿Te estás burlando de mí?, esto apenas y cubre dos botellas—, escuché que gritaba desde atrás, el cantinero pegó un silbido, un hombre de más de dos metros entró al bar por la puerta trasera, tomó impulso y me dio un golpe en el rostro que me tumbó al suelo, me llevaron al callejón y yo empecé a gritar desesperadamente: —Doctor, despiérteme ya, por favor—, pero nada sucedía, los golpes que me daban aquellos sujetos se sentían tan reales que no pude evitar creer que de verdad sufría, el cantinero me dijo que si no tenía dinero tendría que pagar con algo más y me llevó a otro lugar a rastras, me quitaron la ropa y me amarraron a una mesa de metal, un hombre con manos de cuchilla salió y me pusieron una máscara de gas, cuando abrí los ojos pude ver al doctor D. en bata y delantal, ya no estaba acostado en aquel sillón, tenía en mi cara la máscara de gas, pude escuchar a la rubia tecleando mis súplicas antes de volver a quedarme dormido mientras el doctor susurraba un “duérmete”.

No recuerdo nada más, cuando desperté, el sol entraba fuerte por la ventana y me quemó la mirada al abrir los ojos, estaba en la habitación de un hotel de mala muerte a las afueras de la ciudad, la máquina de escribir estaba sobre la silla y sobre mi pecho se encontraba el manuscrito, una factura con un sello de cancelado estaba grapada en la primera página, estaba mareado, una bolsa de sangre estaba conectada a mi mano y un dolor en el costado me daba el peor presentimiento del mundo.

Levanté mi camisa y vi una herida en mi costado cosida con puntos frescos, tomé las hojas y leí, la historia estaba allí, habían escrito todo lo que dije mientras estuve dormido, todo, hasta las súplicas en medio de la operación y las instrucciones que daba el doctor, habían hecho un trabajo impecable, con las pocas fuerzas que tenía bajé a la calle y tomé un taxi hasta el hospital, el dinero que llevaba seguía intacto, el trabajo que hicieron había sido de verdad impecable, me habían robado el riñón izquierdo y la operación había salido perfecta, en el hospital llamaron a la policía, pero no me hicieron más que ecografías, a simple vista se veía que había sido un profesional el que la realizó, recordé entonces los títulos que tenía sobre su escritorio, incluyendo el de cirujano general, y me desplomé en la camilla, llamé a aquel número pero ya se habían deshecho del teléfono, Isabel fue por mí, le conté toda la historia y le confesé la verdad llorando, se quedó cuidándome toda la semana en casa, busqué la página donde lo había conocido en el historial del computador, pero ahora ya no existía, había logrado conseguir su jubilación a costas de mi riñón y había desaparecido sin dejar rastro.

Mientras me recuperaba comencé a escribir mi libro, había logrado tener la idea completa para crear una saga de cuatro libros y con la ayuda de Isabel logré terminar el primer tomo antes de fin de mes, la historia de lo que me había pasado se hizo famosa en las noticias y de alguna manera esto hizo que la venta de mi libro fuera un éxito, le debía mucho a aquel doctor, hasta la maldita operación me había servido para alcanzar mis sueños. Dicen que vivir sin un riñón es restarle veinte años a tu vida y al parecer le había vendido esa parte de mi alma al diablo de bata blanca que se hacía llamar Frederick Drakewort. Tras haber publicado la saga, escribí una autobiografía en la que contaba toda la historia del doctor D. y lo horrible de mi experiencia, me había hecho rico y famoso, terminé casándome con Isabel, había contratado a un detective privado para que encontrara el rastro de Frederick, se tardó más de dos años en encontrarlo, había pedido asilo político en Cuba y vivía cerca a las playas de la Habana en una modesta pensión, su investigación había sido un éxito, logró traerme la dirección de su casa, empaqué un pequeño paquete y se lo mandé por correo, en él le envié una copia firmada de mi saga y el libro que le había dedicado a la última hazaña de su carrera, lo pensé mucho, pero solo atiné a escribir una nota en la parte trasera de la factura que me había dejado junto al manuscrito: “Aquí está la propina prometida, Atte: Christopher A.”, la grapé en el libro y sonreí mientras sellaba la caja imaginando su sonrisa al recibirla.

Sobre el Autor

Santiago Garcés Moncada 

Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999, ganó el 2º puesto en el concurso “Historias Para Volar La Imaginación” de la I.E Concejo Municipal De Itagüí con su poema “Palabras Que Sangran” (2016), fue ganador del 1º puesto en el “Primer Premio Municipal De Poesía y Cuento Corto De Itagüí” con su cuento “Fruto Prohibido” (2018) y es co-autor del libro con las obras ganadoras de este, participó del Festival Internacional de Poesía de Medellín (2018) y (2019), Es co-autor del libro “Deshielos De Tinta” (2019), se publicó una selección de sus poemas llamada “Ideas De Humo” en la 9° edición de la revista “Lo Innombrable” (2019), Su cuento “Casa Robada” fue publicado en el libro con los mejores cien cuentos del concurso “Medellín En 100 Palabras” (2019), fue ganador del 1º puesto en el “Tercer Premio Municipal De Poesía y Cuento Corto De Itagüí” con su cuento “Reflejos” (2020), fue ganador del concurso “Un cuento de navidad en pandemia” con su cuento “Novena de navidad para mi abuelo”. Actualmente es miembro del taller de creación literaria LETRA-TINTA y es cronista en la revista BOHEMIA.

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