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José Rivas y sus relatos de las repoblaciones durante la guerra civil

José Rivas y sus relatos de las repoblaciones durante la guerra civil
Fotografía: Oscar Orellana| Don José relata lo duro que fue abandonar su hogar durante la guerra.

 “Los orígenes de este conflicto tuvieron situaciones suficientes. Yo tenía mi pedacito de tierra, mi ganado y mi casa, pero me dio lástima que la gente que no tenía nada estaba siendo víctima de este conflicto y tuve la posibilidad de ponerme a la par de esa gente, por eso dijimos -luchemos-. Al principio me escandalicé, porque dije: -¿Cómo es posible que el que tiene sus cosas las va a abandonar?- pero en el caso de nosotros fue que en el 80’ la Fuerza Armada nos quemó la casa, fue así como quedé ambulante”, recuerda José Rivas, de 81 años de edad, al ser sobreviviente de la devastadora guerra civil que azotó El Salvador desde 1980 hasta 1992.

Masacre en Copapayo

Rivas es originario de Cabañas, pero radica junto a su esposa en Copapayo, un cantón ubicado al este del municipio de Suchitoto, a las orillas del lago Suchitlán. En esta comunidad aún se siente el dolor y la impunidad de una de las peores masacres registradas durante el conflicto armado. Según José, el 3 y 4 de noviembre de 1983, el batallón Atlacatl arremetió en el municipio de Cinquera-Radiola, llegando hasta Copapayo en Suchitoto, donde el coronel Domingo Monterrosa dio la orden de masacrar a más de 150 personas de esa comunidad, bajo la operación que denominaban “tierra arrasada” que significaba eliminar a todos los campesinos del lugar.

Fotografía: Oscar Orellana | A José le asesinaron a tres hijos de 17, 16 y 15 años de edad.

“Luego se vinieron con otro tumbo de mujeres y niñas a las que vinieron dejando violadas y matadas por el camino, el resto de gente se la llevaron para una casa en San Nicolás; ahí sacaron una parte de las más operativas que se miraban y las fueron a matar en una loma, a la otra gente la encerraron en una casa donde las ametrallaron y les echaron la casa encima, fue lamentoso. A raíz de eso quedó desolado el cantón porque la gente huyó a Mesa Grande”, detalla don José al relatar una dura historia de sobrevivencia que estuvo marcada de sangre y dolor al ver cómo docenas de personas morían a manos de los soldados el 3 y 4 de noviembre de 1983.

Fotografía: Oscar Orellana| En el mural se encuentran registrados los más de 150 nombres de las víctimas de las masacres.

Los nombres de las víctimas inocentes, que tuvieron que pagar con sus vidas el precio de la guerra civil, quedaron plasmados en un mural de la comunidad para ser recordadas y para no olvidar que el derramamiento de sangre sí existió, cuyo suceso llenó de tristeza y dolor a los familiares que aún lamentan la muerte de sus seres queridos. Cuerpos de niños y niñas, mujeres y adultos mayores que por intentar huir de las balas, quedaron a las orillas del lago Suchitlán y en otras zonas de la comunidad.

Don José es uno de los que lamenta que, a los cuerpos de sus tres hijos, de 17, 16 y 15 años, no pudo darles una santa sepultura, pues nunca dio con los cuerpos de ellos: “entramos todos al movimiento, lastimosamente cayeron 3 de mis hijos, hermanos y amigos y otros que no recuerdo sus nombres; pero los que tengo presentes son mis hijos, eso sí que no los olvido. Ellos cayeron en combate. En el 82’ cayó el primero aquí en Chalatenango, en la zona de San Francisco Morazán; el segundo cayó el 19 de marzo del 89’ aquí en Ilobasco (Cabañas) y el último cayó aquí en San Francisco, este murió ya casi para los Acuerdos de Paz, en el 91″.

Fue por dichas masacres que los pocos sobrevivientes huyeron a campamentos ubicados en Mesa Grande, Honduras, entre finales de 1983 y 1984. En los campamentos se encontraba gente de diferentes partes de El Salvador que tenía miedo de regresar. Sin embargo, años después, don José asegura que junto a otros compañeros buscaron apoyo de instituciones internacionales para retornar al país.

La repoblación de 1987, un deseo y un miedo a la vez

 Es así, que después de tantas luchas, ingresan en 10 buses con 100 familias a El Salvador, el 10 de octubre de 1987 para repoblar la comunidad Copapayo que había quedado desierta por años. A la comunidad también llegaron personas de otros municipios con el anhelo de habitar en la zona. Sin embargo, el transcurso del viaje no fue fácil, ya que ingresaban al país en los años más críticos.

“Y pues así fue como nos vinimos para acá en plena guerra en el 87, esto fue extenso porque lo conoció todo el mundo, que éramos una sociedad civil que el gobierno no quería… y porque de aquí salimos por una fuerza que se nos impuso, no fue por nuestra propia voluntad. Nosotros mandamos cartas a instituciones que luchaban por los derechos humanos para que conocieran nuestra situación y fue así como dieron con los campamentos en Mesa Grande en el que estábamos y del que salimos en 10 buses, pero en el camino nos paraban grandes contingentes de la Fuerza Armada y la Guardia Nacional para ultrajarnos, pero gracias a Dios a nadie bajaron para matarlo”, recalcó.

Fotografía por Deysi Ávalos| una nueva esperanza se comenzó a gestar en medio de la guerra en Copapayo.

El anhelo de regresar a El Salvador se le hizo realidad a cientos de salvadoreños refugiados en Honduras que pedía en una sola voz un cese a la guerra y paz para todos. Así se interpreta en la canción que lleva por título “pedimos paz para el mundo” de 1986:  “nos encontramos muy triste en esta situación de todito lo que pasa allá en nuestra nación, pedimos paz para el mundo con todito nuestro amor para que un día todos los refugiados volvamos a El Salvador”.

A 34 años de conmemorar esa fecha en la que volvieron a sus hogares, don José considera que la comunidad ahora es un lugar alegre, tranquilo y de gente luchadora, sufrida por las secuelas que dejó la guerra, pero que con el paso del tiempo han sabido sanar esas heridas. Por eso, asegura que los Acuerdos de Paz trajeron tranquilidad, libertad de expresión y respeto a los derechos humanos para todos en El Salvador.

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Oscar Orellana