Francisca Alfaro a través de las calles de la ciudad


En la Divina Comedia de Alighieri, Virgilio es el guía de Dante en su recorrido por los círculos del infierno. Mientras el personaje principal de esta obra desciende a las profundidades, su guía le explica los pormenores de los condenados y sus castigos eternos. Sin las palabras del poeta romano, el explorador del infierno no comprendería el basto mundo al que se adentra. De la misma manera Francisca Alfaro, como guía, nos lleva a la urbe y nos describe minuciosamente la vida o casi muerte en la ciudad.
Francisca Alfaro es una poeta salvadoreña, profesora de Lenguaje y Literatura y licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador. Su formación académica y participación en círculos literarios la han dotado de una habilidad literaria que le han permitido la publicación de su producción poética, y reconocimientos en certámenes literarios.
Alfaro publicó “Cartón para un Monólogo” en 2020 por medio de Índice Libertario Editorial. En este poemario la autora asume un papel de guía omnisciente de las calles, avenidas, edificios de una ciudad purulenta, rasgada y que constituye un escenario de muerte. Su destreza literaria permite que entre sus versos se forme un retrato tan vívido que a los oídos llega el bullicio de la metrópoli.
¿Dónde estoy? Me pregunté cuando inicié la lectura del poemario, pero luego entré a la ciudad y caminé por sus calles, siendo guiado por la autora. Sus palabras me parecieron bellas, pero era claro que el escenario era sanguinario. Y es que si bien al iniciar la lectura pareciera que no sabemos donde estamos ni a donde vamos, a medida se avanza en la lectura nos damos cuenta de que estábamos en la periferia, pero vamos ingresando a una ciudad, pero no cosmopolita, de rascacielos y desarrollo, sino de calles infectas, aire gris, ruido aturdidor y sobre todo de dolor.
Francisca Alfaro enfatiza cual es el escenario donde nos encontramos y dice “Y todo pasa, la ciudad apesta” (El niño), “la mujer elige atravesar la calle” (Maquillista), “en cada esquina de esta ciudad que huele a heces” (Tinta), “Transito por los asquerosos andamios/ de una ciudad podrida”. Para ella es claro que la ciudad no es el símbolo del desarrollo sino un espacio sucio y nauseabundo.
Sus versos se alimentan de palabras modernas, pero ella es capaz de dotarlas de lírica y simbolismo. Emplea términos como pasaporte, motociclista, semáforo y radioactividad; todas estas palabras son necesarias para contextualizar al lector. La ciudad que dibujan las palabras de la autora es el hogar de la mujer, pero no la fémina que inspira versos amorosos y dulces palabras. Esta mujer que habita en su poemario lleva en sus espaldas el dolor y la fatiga, es en pocas palabras quien sufre la barbarie.
La mujer que plasma Alfaro no es una figura idealizada, por el contrario, es una mujer real, aplastada por la realidad. Le dice ella: “Me encanta tu vestido roto/ tus dientes amarillos, aún pareces una mujer, aún tienes bonitos ojos, aún te llamas Carolina.” (Razón en el lodo)
De igual forma en su poema “La loca del semáforo de la veinticinco”, retrata a la mujer, símbolo del ahogo inevitable que produce el mundo que la rodea. La autora dice en este poema “Eres una cabra/ incontenible en la soledad de un prado, / arremetiendo contra los pastos, / y en alguna encrucijada gritas/ como una mujer absurda y perdida.” Fue al leer este poema que me pareció ver a través de un cristal de autobús a una cansada mujer quemándose por el imponente sol y el reflejo del asfalto.
Luego, en “Canción amarilla” se refiere a las mujeres en dos de sus etiquetas naturalizadas por la sociedad y les dice “consuelas con salmos a sus madres aun sangrando, / a sus esposas con alguna imagen del paraíso.” Madre y esposa aparecen como eslabón de este mundo de locura.
Y es que no podemos separar de esta obra la imagen de la mujer, que entre versos se ve que es testigo y participe del sufrimiento. Cartón para un Monólogo nos va presentando a la mujer en sus múltiples capas y es una mujer en el contexto, es de la que dice “visita al hombre preso”, “lloran por el hijo”, “camina por el centro”, y es “la que ya no sonríe”. (Los olvidados)
Otro elemento reiterado durante la obra es la muerte, tan ligada a las redes y actividades de los espacios urbanos. Para ejemplificar esta relación sirvan los siguientes versos:
“Yo solo deseaba desollarme/ tal como quisiera mi muerte/ los trapecistas que vienen los domingos.” (En la libre)
“Y eres la loca de la ruta 52/ Y eres una mujer que espera la muerte/ y eres todas las mujeres.” (Razón en el lodo)
De pronto aparece la nostalgia y tristeza en el poema “El niño” donde la mujer se presenta en un contexto familiar, este poema es un referente de la realidad de la familia salvadoreña. El poema dice: “ninguna buena navidad y todas esas lucecitas/ atraviesan la calle, el barrio o la triste casa/ donde duerme el niño/ el hijo del presidiario/ y de aquella madre perdida en los infiernos”.
Y como he dicho la muerte es en este poemario un personaje principal que se mueve y reitera más que la vida misma, aunque claro sin vida no hay muerte. Y esta imagen se palpa con mayor fuerza en dos poemas que expongo a continuación. Primero en «Líneas en la pared»: “Todo es una línea en la pared / los nombres han sido dichos/ tú conoces a los muertos/ los has saludado en tu gula de sangre”. Luego en “Vigilante” donde mejor representa los brazos de la muerte: “Y después lo vi desplomándose,/ cayendo sobre su sangre espesa,/ cayéndose con el honor de su arma barata/ tirado por el piso, besando el hedor de la muerte.”
Es importante resaltar el poema “Mi primer nombre” por su valor histórico y ser un ejemplo de poesía de compromiso. En este poema se incluyen fechas y nombres, siempre marcados por la muerte. En unos de sus versos dice: «Abril de 1983 tiene la huella de la infamia/ la mirada de Ana María/ el olvido de Marcial/ el macabro juego de los datos/ 16 de noviembre de 1989: la ponzoña/ Ocho crímenes con luz amarilla/ 4 de abril de 1999:/ una jauría de homicidios y pederastas/ envenenado la leche de los niños/ Junio de 2010: la ceniza/ Mejicanos es fuego”.
Si bien la poeta es la guía durante todo el viaje, me pareció sentir su presencia íntima con mayor fuerza en el poema “Insomne a veces”, ya que parece que de todo ese mundo externo que nos muestra, también nos permite filtrarnos a su mundo interior y escucharla decir: “Nací, casi humana/ casi animal y con uñas muy largas/ lloré desde los primeros segundos/ aparecí con la sombra en los brazos.”
Finalmente, la misma autora se presenta como tal también, es una mujer, pero no es la poeta sensible, de flores y versos amorosos. Es una poeta firme y cruda al describir con sus símbolos un mundo asfaltico que nos ha quemado la cara. Es su fineza poética la que es capaz de darnos un producto literario academizado pero que no pierde la esencia de lo popular. Su poesía refleja los baches de las calles donde jugamos de niños, el ruido de autobuses, el sonido de las láminas y la violencia que nos ha acompañado. Su naturaleza humana no se pierde entre lo subjetivo, ella misma lo recuera y dice: “Mi madre es negra, / mis hijos también. / Mi muerte podría ser un triste accidente.” (Viendo llover)
Francisca Alfaro, la poeta, es un símbolo de esa generación que llega a los estratos universitarios, pero no olvida su raíz social y estructural. Es una autora digna de ser leída y apreciada por su valor estético, académico y popular.
