Destrucción y reconstrucción del arte

¿Por qué destruir las obras arquitectónicas, esculturas o cualquier expresión artística que esté a la vista de todos? ¿Pueden los gobernantes destruir una obra artística, cualquiera que fuera su naturaleza, porque “no le gusta”?
A lo largo de los años se ha visto como destruyen y reconstruyen, parece que el poco espacio en El Salvador obliga construir sobre el pasado, cambiar nombre y reinaugurar. Obviamente, lo anterior es una ironía, la modernización es la excusa perfecta para ocultar cualquier vestigio de lo acaecido en el pasado.
El arte debe siempre ser independiente de los poderes políticos y los gobiernos. El arte cuando es controlado por los que tienen el poder se contamina y se vuelve manipulador. Es un arte maligno que pretende suplantar cualquier otro tipo de expresión. Es arte para ornamento de la política y sus representantes.
Lo peor de este arte ligado al poder es que para su existencia es necesaria la muerte de otras expresiones disidentes, de adversarios o de los pueblos. ¿Acaso no es un derecho de todos, la expresión por medio del arte?
Este fenómeno destructor no es nuevo, por ejemplo, en el siglo XVI en Europa, se destruyeron muchísimas obras artísticas por ser consideradas expresiones idolatras. Fue el resultado de los enfrentamientos entres católicos y protestantes. Una lucha religiosa pasó al plano artístico, dejándonos serias perdidas a la humanidad en cuanto a la producción artística de aquella época.
¿Sería legítimo y necesario entrar a una iglesia católica y destruir una imagen o una pintura, amparado en una lucha religiosa? Para pensar en la respuesta atinada, será necesario recurrir tanto al respeto a todo tipo de creencia y por el otro el respeto y devoción al arte. Lamentablemente, en una sociedad como la nuestra encontrar muestras de respeto se vuelve cada vez más difícil; y si se hace referencia al respeto por el arte, la búsqueda se vuelve más infructuosa.
Las guerras han sido otro ejemplo claro de destrucción del arte, el invasor irá por el arte y lo hará añicos. Grandes pérdidas para la humanidad se han cargado naciones y pueblos en los hombros. Este accionar es porque la invasión no es sólo territorial es también ideológica e histórica.
No es necesario salir de las fronteras para apreciar como el arte se destruye a antojo. Hace años, cuando se decidió remover los murales de Fernando LLort de la Catedral de San Salvador, se realizó un asesinato directo al arte, no se buscó especialistas para la remoción de los murales, simplemente se hicieron añicos.
Si la expresión artística es del agrado o no de alguien con poder de decisión y acción, ¿es acaso relevante? Bien lo dijo María Felix “El artista crea, lo creado luego no le pertenece: pasa a ser patrimonio de quien lo entiende, que ojalá fuesen todos. El artista crea y ahí acaba su responsabilidad, porque lo creado pasa a ser patrimonio y, por lo tanto, responsabilidad del pueblo.”
No puede entonces, un grupo de poder destruir a su antojo, quemar para construir sobre las cenizas. Destruir una obra es y será siempre una pérdida cultural para El Salvador. El valor de la creación artística recae en las múltiples interpretaciones y sensaciones que ésta provoque, el disgusto puede ser una de ellas.
¿Por qué destruir el arte? La respuesta es clara, mantener el sistema imperante requiere enterrar el pasado lo más que se pueda. No es posible que a costa de luchas entre grupos de poder la obra del artista sucumba.
No olvidemos que cada edificación, pintura, escultura o libro guarda memorias de nuestra historia. Fortalezcamos nuestra visión artística porque vendrán personas manipuladoras que pedirán nos unamos a destruir para “ser mejores” “novedosos”. Y si llegase el momento de tomar la decisión de desechar una expresión artística, no debe ser antojadizo, no debe depender del discurso de nadie. Sino que esto requiere de estudios exhaustivos de profesionales en arte, historia, antropología entre otras disciplinas.
No debemos olvidar que el arte debe desarrollarse de forma independiente al poder o cualquier gobierno de turno. Intervenir en las expresiones artísticas es una forma descarada de manipulación y violación a la expresión libre y democrática. Destruir las expresiones artísticas por diferencias personales y de poder es un acto de delirio y un claro ejemplo de escasez cultural.