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La cultura de violencia en nuestro diario vivir

La cultura de violencia en nuestro diario vivir

El sueño de toda sociedad es lograr la sana convivencia social donde cada individuo pueda vivir en paz y armonía. Sin embargo, El Salvador se niega a dar su brazo a torcer y romper con los patrones de violencia heredados por generaciones que han cargado con golpes, ataques, heridas, sangre y muerte. Hablar de cultura de paz implica respeto a la vida y a la dignidad de todos sin importar las diferencias. Lamentablemente en nuestro país se crean enemigos y conflictos más rápido que un suspiro. Estas enemistades parece, en nuestro imaginario, que sólo se pueden solucionar por medio de la violencia.

En nuestro país se pelea por muchas razones, y si no hay motivos, se crean. Se discute por religión, por política, por quien vende más o menos, por equipos de fútbol, por la basura del vecino, por las mascotas, por pensar diferente… y la lista interminable sigue. Somos una sociedad que se alimenta de la violencia. Somos un país que nació, creció y se reprodujo entre la violencia.

Ante este panorama, es difícil hablar de cultura de paz como forma de vida y solución a la violencia estructural tan enraizada en la tierra salvadoreña. La cultura de paz se ve inverosímil en una sociedad como la nuestra que nos alimenta con violencia desde los primeros años de vida en la familia, donde se convive con la violencia en el sistema educativo y donde el Estado ama la represión.

Generación tras generación se nos ha enseñado que todo problema se soluciona «al golpe», que no se sobrevive si no se es violento, impera «la ley del más fuerte» y nos negamos a convertirnos en una sociedad del diálogo, concertación y de acuerdos. Seguimos normalizando la violencia como parte del diario vivir.

Es normal que un hombre golpee a su esposa o pareja porque es «el hombre de la casa», es indispensable el maltrato infantil como método de disciplina, el maltrato a una persona con preferencia sexual diferente es avalada, disfrutamos de las disputas callejeras entre estudiantes u otras personas, juzgamos ciertos tipos de violencia y ejercemos otra; en resumen, la violencia en El Salvador es el único medio para mantener el supuesto equilibrio.

Una realidad como la nuestra implica acciones indispensables que modifiquen las formas de vida o de lo contrario la violencia criminal será siempre un problema social permanente. Cambiar los patrones de violencia sólo sera posible adoptando medidas drásticas de cultura de paz.

Primeramente, se requiere generar un contexto de desarrollo sostenible donde las necesidades básicas sean suplidas y se disminuya la brecha de desigualdad, que es en sí, violencia pura y estructural. Luego se debe promover la cultura de paz por medio de la educación, pero una educación de calidad para todos y todas con respeto a los derechos humanos, igualdad y participación.

La cultura de paz debe incrustarse en todas las esferas de la sociedad, no sólo exigirse a ciertos sectores, jamás habrá paz bajo contextos de injusticia, desigualdad, explotación e ignorancia.

Ahora bien, la paz es también un compromiso individual y también contagiosa, habrá paz haciendo la paz con todos y todas. Nunca es tarde para abandonar la cultura de violencia, nunca es tarde para romper con los patrones de violencia heredados de las generaciones que nos antecedieron, nunca es tarde para ser agentes de paz en medio de la violencia.

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Javier Iraheta