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¿Qué hace el Estado por el patrimonio cultural salvadoreño?

¿Qué hace el Estado por el patrimonio cultural salvadoreño?

Nuestro territorio ha sido testigo de hechos históricos y de expresiones culturales de gran valor para los salvadoreños y la humanidad. Pese a que el tiempo avanza, las huellas de estos hechos permanecen calcados en las estructuras y sitios de El Salvador, viven en las manifestaciones de cada uno de nosotros.

De esa manera, se configura nuestro patrimonio cultural, la innegable marca de los sucesos que nos configuran como lo que somos y el reflejo de que conformamos un país con múltiples contextos culturales. El patrimonio cultural es el legado que nuestros ancestros nos han otorgado a lo largo de la historia. Es gracias a éste que podemos reforzar nuestra identidad colectiva y un sentido de visión hacía una mejor sociedad.

En ese sentido, todos esos bienes materiales e inmateriales que configuran el patrimonio cultural ameritan de una protección especial por parte de las instancias del Estado para su difusión y preservación. Sin embargo, son notoria las graves falencias en materia de protección del patrimonio y que hoy nos arroja como resultado la pérdida irreparable de la herencia de nuestros antepasados.

Debe apuntarse el poco presupuesto asignado en materia de protección de los sitios arqueológicos e históricos en el territorio salvadoreños. Estas paupérrimas condiciones han dejado estos sitios en riesgos innegables contra los embates del clima y el peso de los años. Además, los trabajos por ampliación o mejoras para estos lugares como centros de conocimientos no avanzan.

Por otra parte, El Salvador en materia exploratoria y búsqueda de sitios ha estado paralizada por décadas. Parece que la única forma de encontrar vestigios del pasado sólo se puede realizar por medio de empresas constructoras que después de destruir utensilios y edificaciones hacen notificación, si es que no se reporta y quedan bajo planchas de cemento, calles y viviendas que deja grandes ganancias a costa de la destrucción de las pruebas tangibles de nuestro pasado.

Uno de los casos más lamentables ha sido la destrucción de Tacuzcalco por la construcción del proyecto “Urbanización Las Victorias” que es conocido como Residencial Acrópolis, provocando la pérdida de vestigios del antiguo poblado nahua pipil. El irrespeto de las empresas constructoras y el descuido inaceptable del Ministerio de Cultura es sólo un ejemplo de la situación de nuestro patrimonio.

También, el Estado cae en el incumplimiento del artículo 8 de la ley especial de Protección Cultural a El Salvador que establece que «Cuando se esté causando daño o estén expuestos a peligro inminente cualquiera de los bienes a que se refiere esta ley, o que, a criterio del Ministerio puedan formar parte del tesoro cultural salvadoreño, éste adoptará las medidas de protección que estime necesarias, mediante providencias que se notificarán al propietario o poseedor de dichos bienes…» La realidad es que en nuestro país no hay reparación de daños, por el contrario pareciera que cada quien hace como si estuviera en el jardín de su casa. Se destruye, sustrae y hasta comercializa el patrimonio.

Los salvadoreños en general cargamos con esa falta a nuestra herencia y vestigios de nuestras raíces. Entre la población se escucha que no importa destruir esas edificaciones antiguas, demoler esas casas abandonas, o acabar con esos «cachivaches» viejos sin importancia. De esa manera contribuimos a devastar con una parte de lo que nos hace parte de la historia.

Con la destrucción del patrimonio cultural el Estado salvadoreño le da continuidad a la práctica de aniquilar cualquier elemento que represente a la cultura originaria. Además, refleja una administración con poca consciencia cultural y que va encaminada más a los intereses económicos que sobre la cultura y recursos naturales.

No podemos obviar que el patrimonio intangible también ha sido descuidado, la falencia es la misma, no hay procesos de investigación y documentación para preservar expresiones de nuestros pueblos como cantos, narraciones, danzas y un sin fin de expresiones de la oralidad salvadoreña que se van perdiendo con el paso de los días.

Ante este panorama recae en cada salvadoreño y salvadoreña la responsabilidad de ser vigías de nuestro patrimonio. Debemos aceptar el reto de guardianes de nuestra identidad, denunciando las irregularidades y violaciones contra la herencia de nuestros antepasados. Somos los llamados, como parte del Estado, a salvar y difundir nuestra riqueza cultural.

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Javier Iraheta