“QUE LOS VERSOS HABLEN POR MÍ”, DE JAVIER IRAHETA

Por: Álvaro Darío Lara

Decía mi profesor de literatura, el poeta, escritor y actor Francisco Andrés Escobar (1942-2010), citando a su venerada Claudia, Claudia Lars: “No se canta el amor feliz, se vive, y la ternura que nos niega la vida, la inventamos”.
Esto lo reiteraba siempre nuestro querido y recordado Paco, en esas sesiones universitarias y magistrales donde, sobre todo, nos transmitió –como nadie- el amor hacia las letras, en sus distintas manifestaciones, principalmente hacia el príncipe de los géneros (siguiendo a Vargas Llosa), esto es, la poesía.
Recientemente tuve la grata oportunidad de presentar en esa peña cultural indiscutible, el restaurante “Los Tacos de Paco” (De otro Paco, el magnífico chef y pintor mexicano-salvadoreño, Francisco Hidalgo) el primer libro de un joven autor, Javier Iraheta (1990), entusiasta profesor y periodista de grandes inquietudes sociales y culturales.
Mencionaba esa feliz noche, el agrado que experimentaba ante un panorama nacional muy alentador en cuanto a nuevas iniciativas culturales, editoriales, literarias, que se han potenciado debido al contexto actual de pandemia que vivimos. Quien afirme que las letras o el arte nacional está en crisis, se equivoca rotundamente. Existe una fuerza increíble entre la juventud por abrirse caminos mediante proyectos de revistas, editoriales, publicaciones y emprendimientos culturales de todo tipo. Lamentablemente, los apoyos privados y estatales continúan siendo limitados, pero esto no frena un desbordante afán de comunicar esa buena nueva del arte y la cultura.
La publicación “Que los versos hablen por mí” de Javier Iraheta, se inscribe maravillosamente en ese contexto, prueba de esto es que, una novel casa editora (Dos Alas Editorial) lanzó el volumen, en mayo pasado, en el marco de la Feria del Libro, constituyendo un evento muy exitoso.
Así mismo el día de la presentación en “Los Tacos de Paco” (evento organizado por la Fundación Alkimia, mediante sus ya tradicionales “Miércoles de Poesía”, que dirige el poeta Alberto López), conmemorábamos un aniversario más del asesinato del gran poeta granadino Federico García Lorca, por ello su protección y presencia fue invocada esa mágica noche.
Lo he mencionado en otras ocasiones, uno de los mayores méritos del poemario de Javier es su absoluta franqueza, una franqueza que irá encontrando, gracias al asombro e intuición, que acompañan a los verdaderos poetas, el misterioso y portentoso lenguaje de la palabra poética.
Pero, adentrémonos en estos versos. Un aspecto sobresaliente que encontramos en su obra es la oposición simbólica entre “la noche” (oscuridad) y “la mañana” (luz, madrugada, amanecer).
La noche es el ámbito de los amantes, es la complicidad, la danza erótica; la mañana es el término del amor, la imposición dramática de la realidad. Por ello el tiempo de los amantes es sagrado, fugaz, por ello el anhelo de detenerlo, por impedir, a toda costa, la llegada de la luz.
En la noche transcurre la escena erótica. El día, la tarde, representan la espera, el temor, la ansiedad, el desasosiego del poeta.
Esto se manifiesta en algunos versos, ejemplo: “El sol se ocultó otra vez para nosotros, /podemos apagar las luces de la habitación, /pero, encender la llama que llevo en la piel, /sólo necesito que abras tu mente sin temores”. (Fragmento de: La noche); “Permanezcamos despiertos toda la noche, /podemos vivir las horas frente a frente, /estaremos tú y yo tal cual somos”. (Fragmento de: El umbral de mi puerta); “¿Por qué no dejas que te ame? / ¿Por qué no permites que se repita esa noche? /Aquella noche fría de lluvia/Y la lluvia de mi alma quebrándose. /Déjame sentir tus suaves abrazos, /Besar tus mejillas con auténticos besos/ ¿Por qué no dejas que te ame / y duerma entre tus brazos? / para llorar y besarte a la vez. /Déjame sentir tus dulces besos. /Un beso más, un abrazo más”. (Fragmento de: Besos de noche).
Pero también existen sombras, niebla, oscuridades, donde el amante se esconde, se refugia ante el desamor. La oscuridad también asume esta doble significación, veamos: “Es que me he escondido entre las sombras/lo he decidido así y lo acepto, aunque lo sufro”. (Fragmento de: Mi corazón).
Un tono de súplica recorre todo el poemario, la súplica del amante hacia el ser amado. Se evidencia una sensación de caos, de desorden, de pérdida de control en la aventura del amor: “Siempre deseo que mañana no sea igual/ y que al ver mi pasado no importe más. / Siempre pienso en el próximo amanecer/ y deseo:/ Que deje de esperarte con tanta paciencia, /que reconozca que para ti da igual/y que esta necesidad de tenerte se vaya”. (Fragmento de: Mi deseo).
Otro elemento sobresaliente es el símbolo del “abismo”, como la derrota total, la pérdida de la plenitud, la autodestrucción, el aniquilamiento de la voluntad ante la fuerza sobrecogedora del amor. Surge entonces, el clamor por una salvación vital, externa, divina, una acción que proceda de afuera, ante la incapacidad de poder responder desde adentro: “¿Cómo llegué hasta aquí? / estoy ahogándome otra vez/estoy perdiéndome otra vez/ estoy solo// ¿Y …si estoy melancólico? / ¿Y…si me estoy dando por vencido? / ¿Quién se dará cuenta que me pasa? / ¿Quién sabrá dónde estoy? / ¿Quién me quitará la máscara? ¿Y si…estoy cayendo? / ¿Quién? Quién…me dará la mano para salir del /abismo”. (Fragmento de: En la oscuridad); “Vida no dejes que me hunda más en el lodo, /que estás hojas secas que ha traído el viento/no me arrastren al abismo frente a mis ojos. /Que mis pasos no me dirijan a este nefasto, /funesto, aciago, ominoso final frente a mí”. (Fragmento de: Plegaria a la vida).
Otros elementos interesantes y simbólicos que Javier Iraheta crea y recrea (posiblemente, como suele suceder con las obras artísticas, en absoluta inconciencia) son: el tiempo, la lluvia, la partida de los amantes. Su voz, adquiere, por instantes, un tono espiritual, que recuerda los clamores de los salmos del antiguo testamento.
La poesía, como lenguaje tiene sus propias especificidades. Recordando la teoría literaria del Maestro Francisco Andrés Escobar, es: connotativa, desrutinizadora, plurisignificante y sonora. Esa connotación, la separa del lenguaje prosaico de la denotación científica, periodística, coloquial, aunque puede servirse de ella, cuando el poeta logra el dominio de la palabra.
Javier Iraheta, ha sentido, como pocos, la honda necesidad, la terrible urgencia de ir a los pozos profundos del corazón, y extraer su verdad, que, como toda verdad, siempre resulta diáfana, transparente, y así la deposita en este su primer libro.
El tiempo, y su compromiso crítico consigo mismo, en su formación como poeta, harán el resto. La franqueza, la intuición, y el asombro lo han acompañado en este viaje iniciático. Pero el viaje apenas comienza. Deberá vivir mucho, leer mucho, experimentar mucho, y romper muchos escritos, antes de su segundo libro.
Finalmente, dos textos, atestiguan su vocación: “Pido ser feliz” y “La tormenta”, principalmente. De ellos en su orden, cito algunos versos prometedores del primero: “¿Qué hacer con las piezas rotas del corazón” (…) “¿Cómo construiré un puente que me lleve a ti?”. (Fragmentos de: Pido ser feliz); y del segundo de forma completa, con el que finalizo este escrito, deseando a Javier Iraheta, el mejor de los éxitos en este hermoso, entrañable y exigente camino que se abre ante él, recordándole lo que seguramente ya advierte, la poesía es un gran ejercicio de dolor, pero también de esperanza:
“El cielo otra vez desparrama su lluvia, / podría yo quedarme en mi habitación/pero decido continuar con esta vida./Dispongo recibir las lágrimas del cielo/caminar contigo recorriéndome las venas/porque te llevo como una droga en mi sangre./ Eres el narcótico que le da calor a mi carne,/y aunque eres letal, he decidido llevarte en mí,/ nada podrá desintoxicar mi cuerpo de tu esencia./ Eres el veneno perfecto para acabar conmigo,/pero no moriré bajo la lluvia../Me iré cuando hayas hecho estallar mi corazón”. (La tormenta).
